Malén Ortiz (2013): la desaparición que congeló Calvià — cronología, pistas y diez años de preguntas


Calvià, Mallorca, 2 de diciembre de 2013. Eran las 15:30 cuando Malén Ortiz Santana, 15 años, salió del instituto de Son Ferrer con el patinete verde bajo el brazo, auriculares puestos y un plan sencillo: almorzar en casa de su novio. Quince minutos de trayecto, calles conocidas, luz de tarde. No llegó. A partir de ese minuto roto, su nombre pasó de ser un WhatsApp pendiente a convertirse en una pregunta nacional.

La última constancia nítida: una cámara de una gasolinera y varias miradas vecinales que la sitúan cerca de la rotonda de los Piratas, en la carretera de Calvià. Después, un hueco ciego. Ni patinete, ni mochila, ni teléfono. El móvil se apaga a las 15:51: el último latido digital de una adolescente que se esfuma en plena luz del día, con coches, cámaras y gente alrededor.

La respuesta fue inmediata y masiva. Guardia Civil, Policía Local, helicópteros, perros, voluntarios, fincas peinadas, cauces drenados, trasteros abiertos, carteles en farolas y ventanas. Se revisaron arcenes, bancales, naves. Se cruzaron llamadas, antenas, matrículas. El mapa de Calvià se llenó de chinchetas; el caso, de silencios.



Las primeras hipótesis oscilaron entre una marcha voluntaria —rápidamente debilitada por la falta de movimientos y señales— y un abordaje discreto: alguien relativamente joven que se gana su confianza y la hace subir a un vehículo sin forcejeos ni gritos, a minutos de donde patrullaba la policía. Un gesto anodino, casi invisible, suficiente para alterar el destino sin dejar alarma inmediata.

La “ventana” crítica se acotó a unos 500 metros y unos 20 minutos entre dos cámaras: tiempo y espacio justos para que una vida cambie de rumbo y los indicios se evaporen. Ni ADN útil, ni testigo de impacto, ni recuperación de efectos personales. Un caso que parecía hecho para la ciencia forense… pero que se comportó como un fantasma.

El calendario avanzó y la investigación no se detuvo. En 2023, la Guardia Civil volvió a excavar y registrar puntos de Magaluf y entorno: fincas, trasteros, suelos removidos. Sin hallazgos concluyentes. Cada palada levantó polvo y esperanza; cada jornada sin resultado devolvió preguntas a la casilla de salida.

Once años después, el expediente latió de nuevo. En diciembre de 2024, los investigadores confirmaron dos líneas de trabajo activas y un juez reimpuso el secreto de sumario. Sin nombres públicos ni certezas, pero con reuniones con la familia, seguimientos y análisis de trazas que reabrían la maquinaria con prudencia y sigilo.

En septiembre de 2025, un sobresalto informativo: se investigó a un joven que aseguró saber dónde estaba el cuerpo de Malén. La Guardia Civil cribó rumor de dato, contrastó ubicaciones y cronologías. Nada de conclusiones rápidas; solo la constatación de que, incluso ahora, aún existen hilos que merecen ser tirados.

Mientras, Calvià conserva un mapa emocional de ausencias: la marquesina, la gasolinera, la rotonda, ese camino que hoy se recorre mirando atrás. La familia sostiene la memoria —“Prohibido olvidar”— y cada aniversario devuelve el mismo ritual: flores, velas, un nombre en murales y publicaciones, y un silencio que pesa más que cualquier teoría.


¿Cómo puede desvanecerse una adolescente en un trayecto de minutos, entre cámaras y coches, sin un rastro que cuente la historia? ¿Cuántos secretos se esconden en esos huecos ciegos de la vida diaria donde un metro y un minuto bastan para cambiarlo todo? Hasta que la verdad se pronuncie, el caso de Malén seguirá siendo la pregunta que Mallorca —y España— se repite en voz baja.

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