Los asesinos de Moorhouse Street: la pareja de Perth que convirtió el “amor” en una cadena de secuestros y muerte (1986)

En 1986, en una casita de Moorhouse Street (Willagee, Perth), David y Catherine Birnie parecían unos vecinos más: educados, con perro, atentos. Detrás de esa puerta, sin embargo, existía un pacto que pronto helaría la sangre de Australia: “demostrar nuestro amor matando juntos”. De octubre a noviembre de ese año, cuatro mujeres fueron secuestradas, agredidas y asesinadas; una quinta, de 17 años, escapó y lo cambió todo. 

La historia de ambos se remonta a la adolescencia: dos biografías quebradas que se reencontraron en los 80 para formar una alianza macabra. Dominante y manipulador él; dependiente y sumisa ella, según los investigadores. Cuando volvieron a convivir, el guion ya no fue de pareja sino de cómplices. En pocos días pasarían de hacer “recados” juntos a cazar juntas víctimas en la calle. 

El 6 de octubre de 1986, la estudiante Mary Neilson (22) acudió a su casa tras un trato sobre neumáticos. Allí fue reducida, agredida, y luego llevada a Gleneagle(s) Forest, donde fue asesinada y enterrada en una tumba poco profunda. En las semanas siguientes, la pareja raptó a Susannah Candy (15), Noelene Patterson (31) y Denise Brown (21) mediante excusas “inocentes”: ofrecer un aventón, pedir ayuda, prometer un favor. Todas pasaron por la misma casa, el mismo dormitorio, los mismos calderos de miedo. 


Los detalles de cada crimen revelan un patrón: secuestro con arma blanca, violación en el domicilio, y traslado a un paraje boscoso para ocultar los cuerpos. En el caso de Patterson, David prolongó el cautiverio tres días por un aparente apego emocional, hasta que Catherine exigió matarla o se suicidaría ella misma; el crimen se ejecutó con sobredosis y estrangulación. Brown fue llevada a un pinar, apuñalada y finalmente rematada a hachazos cuando intentó incorporarse dentro de la propia fosa. Nada fue improvisado; todo fue ritual. 

El ciclo se rompió el 9 de noviembre de 1986 con Kate Moir (17). Tras ser raptada a punta de cuchillo y obligada a llamar a su madre para fabricar una coartada (“me quedo en casa de una amiga”), esperó a que David se durmiera, se liberó, saltó por una ventana y huyó descalza hasta una casa vecina. “¡Me han secuestrado, van a matarme!”, gritó. La denuncia activó a la policía; el allanamiento de Moorhouse Street reveló ropa, objetos y pruebas que encajaban con las desaparecidas. 

Detenidos, David y Catherine confesaron. El rastro material y el testimonio de Kate cerraron la cronología de los Moorhouse Murders (como los bautizó la prensa). En marzo de 1987 recibieron cadena perpetua de seguridad estricta. El Parlamento de Australia Occidental aún cita las palabras del juez: David era un peligro tal que no debía ser liberado, y Catherine nunca debía volver a estar con él. A partir de entonces, solo pudieron intercambiar cartas; sumaron 2.600. 


La vida carcelaria terminó para David Birnie el 7 de octubre de 2005: se suicidó en Casuarina Prison. Un inquest (investigación forense) determinó que se colgó de una rejilla de ventilación; su depresión se había agravado tras la retirada de su ordenador y sospechas de abusar de otro preso, además de problemas con la medicación. El Gobierno estatal defendió los protocolos penitenciarios tras su muerte. 

Catherine Birnie continúa cumpliendo cadena perpetua en Bandyup Women’s Prison. Sus solicitudes de libertad condicional han sido rechazadas: en 2016, la Junta de Revisión y el Fiscal General reafirmaron que seguirá entre rejas; en 2024 el Gobierno volvió a posponer cualquier consideración de parole por al menos seis años, para evitar reabrir el trauma a las víctimas. La “otra mitad” del pacto, viva, permanece sin horizonte de excarcelación. 

En la memoria pública, la valentía de Kate Moir ocupa el lugar que merece. Con 17 años, pensó, esperó, actuó y salvó su vida; y con su testimonio detuvo a la pareja. Décadas después ha relatado su historia en medios y entrevistas, convertida en voz contra la violencia sexual y ejemplo de supervivencia. Su escapatoria —ese salto descalzo a la noche— es la grieta por la que entró la luz. 

Detrás del morbo, queda una lección sin adjetivos: los Birnie no mataban por dinero ni por encargo; mataban para validarse como pareja. Llamaron a eso “amor”. La criminología lo llama co-ofending: una dinámica de dominación y dependencia que amplifica la violencia cuando dos perfiles compatibles se retroalimentan. Moorhouse Street recuerda que el mal también vive en suburbios tranquilos, acaricia a un perro en la vereda y saluda al pasar. No trae máscara; trae costumbre. 


Australia no olvidó. En los bosques de Gleneagle(s) hay tumbas marcadas y otras que solo la hemeroteca recuerda; en Bandyup hay una celda donde envejece el último suspiro de aquel pacto; y en Perth, una mujer que salió corriendo y descalza enseña que el coraje no detiene el horror, pero sí puede ponerle fin. En la historia criminal del país, los Birnie son un recordatorio duro: cuando el “amor” pide sangre para seguir siendo, ya no es amor; es horror compartido. 

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