Marta del Castillo: la desaparición que Sevilla no ha podido cerrar


La tarde del 24 de enero de 2009 en Sevilla parecía hecha de rutinas: mensajes, risas, planes adolescentes. Marta del Castillo, 17 años, salió de casa con la promesa tácita de volver pronto. Cuando la noche cayó y su teléfono se apagó, lo cotidiano se resquebrajó: en horas, su nombre pasó de un chat a las primeras alertas.

Las llamadas se multiplicaron, los recorridos se repitieron, los “quizá está con…” se agotaron. A medida que avanzaba la madrugada, la inquietud se volvió certeza amarga: Marta no regresaba. Sevilla amaneció convertida en un mapa de búsqueda, con padres y amigos peinando esquinas que ya no parecían las de siempre.

La investigación arrancó con velocidad quirúrgica: posicionamientos de móviles, cámaras de seguridad, testimonios cruzados. Un nombre emergió pronto, el de Miguel Carcaño, alguien cercano a Marta. Su detención abriría una sucesión de confesiones y rectificaciones que, lejos de iluminar, levantaron más sombras.


Carcaño declaró que Marta había fallecido en su piso y que, con ayuda, se deshicieron del cuerpo. Pero su relato mutó una y otra vez: el río Guadalquivir, un vertedero, una zanja, un descampado. Siete versiones, siete derivas, siete búsquedas que terminaron en el mismo sitio: la ausencia.

Sevilla respondió como pocas veces se ha visto. Voluntarios, batidas masivas, buzos, georradar, maquinaria pesada. Se dragó el Guadalquivir, se removieron toneladas en el vertedero de Alcalá de Guadaíra, se rastrearon fincas y arroyos. La ciudad entera se convirtió en un ejército civil. Y aun así, ni una evidencia definitiva, ni un rastro cierto de Marta.

El juicio llegó en 2011 con la presión de un país mirando. Miguel Carcaño fue condenado por asesinato; el resto de los acusados quedaron absueltos de los cargos más graves. La sentencia puso números a la pena, pero no entregó la verdad esencial: dónde está Marta. La justicia castigó, pero no encontró.


Los años siguientes sumaron giros amargos: nuevas cartas de Carcaño señalando a terceros, búsquedas reactivadas en fincas del extrarradio, diligencias que abrían expectativas y volvían a cerrarse. En paralelo, condenas por mentir en sede judicial recordaron que, además del crimen, hubo quienes alimentaron el laberinto con silencio y falsedad.

La familia de Marta nunca se detuvo. Sus padres han caminado riberas, arcenes y surcos de tierra con la obstinación de quien se aferra a lo mínimo: un lugar donde llorar. Cada aniversario devuelve velas encendidas, concentraciones y esa mezcla de rabia y ternura que solo genera una niña a la que una ciudad entera adoptó.

La pregunta duele porque es sencilla: ¿cómo puede desaparecer una joven en una capital europea, con nombres, fechas y condenas… y que nadie diga dónde está? ¿Qué clase de justicia es la que sentencia, pero no devuelve a la familia el derecho al duelo?


Porque a veces, lo más aterrador no es la oscuridad que traga a alguien, sino el pacto de silencio que lo perpetúa. Marta del Castillo no está olvidada: está presente en cada búsqueda que se reabre, en cada madre que aprieta la mano de su hija al cruzar la calle, en cada Sevilla que, al caer la noche, vuelve a preguntarse qué pasó realmente aquella tarde de enero.


Publicar un comentario

0 Comentarios