Dentro de la vivienda, Oubel ejecutó un plan premeditado: sedó a las niñas para reducir su defensa y las atacó con una sierra radial eléctrica y un cuchillo de cocina. La brutalidad del método y la indefensión de las menores quedaron acreditadas en el veredicto del jurado.
Antes de consumar el crimen, avisó a su exmujer. La investigación reveló que la alertó por carta y teléfono de lo que pensaba hacer, un golpe de crueldad que dejó a la madre sin margen para impedir lo inevitable.
Cuando llegaron los agentes, hallaron a Oubel encerrado en el baño con lesiones de un intento de suicidio. Fue trasladado a un hospital y, posteriormente, puesto a disposición judicial. El escenario ya hablaba de un delito atroz y planificado.
El juicio, celebrado en 2017, avanzó con una confesión: Oubel reconoció haber matado a sus hijas, pidió perdón y aseguró desconocer el motivo. Aun así, la Fiscalía y la acusación mantuvieron la tesis de una acción fría, sin atenuantes psiquiátricos.
El jurado declaró probado que las menores fueron drogadas y atacadas con alevosía. La contundencia del veredicto —unánime— despejó dudas sobre el carácter machacón y planificado de la agresión.
La sentencia hizo historia: prisión permanente revisable (PPR). Fue la primera vez que se aplicó esta pena en España tras la reforma del Código Penal de 2015. Además, se impusieron prohibiciones de aproximación y una indemnización a la madre de las niñas.
Más allá del fallo, el caso desató un debate nacional sobre prevención y señales de riesgo: la violencia vicaria llevada al extremo, la necesidad de controles y la detección precoz de amenazas en los regímenes de visitas y custodias conflictivas.
Con los años, el eco judicial siguió: resoluciones civiles y ejecutorias recordaron que la justicia no termina con el titular de la condena; también hay reparación económica y memoria para las víctimas, temas que regresaron a los medios al hablarse del pago de la responsabilidad civil.
El parricidio de Moraña no es solo un caso penal: es una advertencia. Nos obliga a mirar de frente la violencia más extrema, a reforzar la protección infantil y a entender que la maldad, a veces, no acecha en callejones oscuros… sino que duerme bajo el mismo techo.
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