La cacería terminó al día siguiente en Entre Ríos: Laurta fue detenido en un hotel, con el niño a su lado, cuando buscaba acercarse a la ribera para regresar a Uruguay por un paso ilegal. Según la reconstrucción judicial y policial, la captura ocurrió el 12 de octubre y en la habitación se incautaron pruebas clave. La Nación precisa que fue en el Hotel Berlín de Gualeguaychú; otros reportes iniciales lo ubicaron en Concordia, pero la requisa y el acta de secuestro de evidencias citadas por prensa local apuntan a Gualeguaychú. El niño fue rescatado ileso.
Detrás de ese final (provisorio) hubo un “viaje del horror” planificado. De acuerdo con el ministro de Seguridad de Entre Ríos, Néstor Roncaglia, Laurta alquiló una cabaña en Salto (Uruguay) y pasó diez días practicando kayak o piragua para cruzar el río Uruguay sin controles. El 7 de octubre ya estaba en Concordia; ese mismo día contrató a un chofer por aplicación, Martín Sebastián Palacio, para un traslado nocturno hacia Santa Fe. Días más tarde, el Toyota Corolla del remisero apareció incendiado en Córdoba.
El rastro del chofer se volvió la segunda trama del caso. El 13 y 14 de octubre la Policía de Entre Ríos halló, en zona rural de Puerto Yeruá, un cadáver decapitado y sin brazos que los investigadores vincularon en “un 99%” con Palacio, a la espera de ADN. La hipótesis oficial es contundente: Laurta habría ejecutado al conductor para borrar su huella logística entre provincias.
La escena de la detención exhibe el método. En la habitación 209 del Hotel Berlín, los peritos secuestraron una pistola Bersa calibre .380 con cargadores y municiones, múltiples celulares y chips, dinero en efectivo, un disco externo y una mira telescópica que —según los investigadores— habría servido para vigilar a sus víctimas. También estaba la billetera de Palacio, un indicio que conectó ambos expedientes.
Del lado de Córdoba, la evidencia sitúa a Laurta como autor del doble femicidio: ingreso a la vivienda, disparos sobre Luna y Mariel, y fuga inmediata con el niño. La ministra de Seguridad nacional, Patricia Bullrich, informó que intentaba volver a Uruguay con el menor; la detención en Entre Ríos cerró el cerco tras un operativo coordinado entre fuerzas provinciales y federales.
El perfil público del detenido añadió combustible al repudio social. Diversas fuentes lo señalan como fundador o referente del colectivo uruguayo “Varones Unidos”, un espacio antifeminista que lleva años instalando el mito de las “falsas denuncias”. La Nación lo ubica promoviendo eventos con referentes de esa agenda y LATFEM lo identifica como fundador; radios y canales uruguayos también lo presentan como creador del grupo. La biografía ideológica de Laurta ya estaba escrita antes de los crímenes.
Mientras la causa avanza, el mapa judicial se complejiza: en Córdoba se investiga el doble femicidio y la sustracción del menor; en Entre Ríos, el homicidio del remisero y el cruce ilegal de frontera. Gobiernos provinciales y colectivos feministas convocaron movilizaciones y declararon su repudio, señalando que el caso desnuda el vínculo entre discursos de odio y violencias extremas.
Los investigadores describen un plan criminal “metódico” y “no impulsivo”: entrenamiento previo, cruce sin control, contratación del chofer, vehículo quemado, doble asesinato, secuestro del niño, fuga en zigzag por dos provincias y refugio logístico a metros del río. Si algo parece unir las escenas es la voluntad de controlar cada variable… salvo una: la coordinación policial que terminó cerrando el círculo.
El caso deja una estela que duele a ambos lados del río. Luna huía para vivir y cuidar a su hijo; Mariel abrió la puerta de su casa para protegerla; un trabajador desapareció tras un viaje que creyó más. La justicia tiene ahora nombres, fechas, pericias y rutas; la sociedad, un recordatorio feroz de lo que ocurre cuando el odio encuentra método y la violencia, logística. Que el río no sea frontera para el terror, sino espejo: lo que pasa de un lado, nos interroga a todos.
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