La alerta se activó ese mismo día. La Guardia Civil coordinó batidas por pistas, arroyos y jarales; usaron perros, drones y patrullas a pie y en todoterreno. El teléfono de Rosalía dejó de dar señal al poco de esas últimas llamadas. Ni un pañuelo, ni una pisada fiable, ni una cámara rural que ofreciera una silueta. El monte, a pleno sol, devolvía silencio.
La ficha oficial la describe 1,55 m, 55 kg, pelo castaño corto y ondulado, ojos marrones; salió con camisa blanca y ropa cómoda de paseo. Dato a dato, la cartelería de SOSDesaparecidos y del Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES) puso su rostro en marquesinas, redes y noticias locales. Cinco años después, su ficha sigue activa.
Con el tiempo, el caso dejó de ser solo una ausencia y se volvió una pregunta fija en la plaza del pueblo. La familia sostiene dos líneas: accidente en terreno abrupto o implicación de terceras personas. El yerno de Rosalía y portavoz, Salvador Serrano, lo ha repetido en radios y concentraciones: “la creencia popular es que hay alguien implicado, ya sea por un motivo desconocido o por un posible accidente cuyas consecuencias no se quieren asumir”.
En estos años se han sucedido marchas, minutos de silencio y homenajes en Bohonal; el pueblo no la ha soltado. En mayo de 2024 y mayo de 2025 volvieron a reunirse frente al ayuntamiento con un lema sencillo: “¿Dónde está Rosalía?”. Cada acto terminó con la misma petición: más medios y mirada nueva para una investigación que, en el terreno, ya peinó todo lo peinable.
La reclamación más concreta tiene siglas: UCO. La familia ha solicitado que la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil asuma el caso, como hizo con Manuela Chavero o Francisca Cadenas. “Tras cinco años sin pista ni testimonio revelador —explican—, necesitamos un equipo nuevo, otra metodología y ojos que no estén cansados”. En mayo de 2025 volvieron a formalizar esa petición.
El expediente, recuerdan los periodistas locales, sigue abierto. No hay indicio que permita cerrar ninguna hipótesis; tampoco hay hallazgo que permita descartar la acción de un tercero. Las notas de prensa oficiales repiten la fórmula: colaboración ciudadana, cualquier detalle puede ser clave. Detrás de la fórmula hay algo real: en desapariciones rurales sin escena, a veces la diferencia la hace un recuerdo tardío o una foto antigua de caza o de campo en la que se intuye una figura donde nadie miró.
A veces, para entender por qué no hay rastro, hay que mirar el mapa: caminos vecinales que se disuelven en jaras, barrancos suaves, embalses cercanos y fincas con alambradas. Un traspié puede esconder un cuerpo a metros del sendero; una intervención de terceros puede borrar el rastro en minutos. La estadística no consuela, pero enseña: cuanto más temprana y densa es la búsqueda, más probabilidad de hallazgo; aquí, pese a la rapidez, el terreno no habló.
Mientras tanto, la memoria pública de Rosalía no ha aflojado. QSDglobal, Canal Extremadura, EFE y la prensa provincial han mantenido sus fechas, su foto y su nombre en circulación. No es un formalismo: mantener vivo el caso evita que el expediente se oxide. Cada aniversario, Salvador lee un manifiesto que arranca igual: “pedimos y suplicamos una explicación razonable de por qué Rosalía no está aquí con nosotros… y por qué aún no tenemos respuestas”.
Si viste algo el 25 de mayo de 2020 en Bohonal de Ibor o en sus caminos —un encuentro, un desvío, una conversación—, llama al 062 o aporta el dato en los canales de Personas Desaparecidas. Rosalía salió a caminar una mañana de primavera y no volvió. En pueblos pequeños, la verdad suele estar más cerca de lo que parece. A veces, es una frase que alguien no se atreve a decir.
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