Ylenia Carrisi: la desaparición en Nueva Orleans que sigue hechizando al Misisipi (1994)


Nueva Orleans, enero de 1994. Jazz húmedo, neón cansado, el rumor del Misisipi golpeando el malecón. Una joven de 23 años camina sola con una mochila pequeña y el cabello recogido por el viento. Es Ylenia Carrisi, hija de Al Bano y Romina Power, criada entre focos y giras; aquella noche, su rastro se apaga y nace un misterio que no ha dejado de respirar.

Creció entre la fama y un hambre feroz de libertad. Brillante, políglota, curiosa, soñaba con escribir y mirar el mundo sin el filtro del apellido. A finales de 1993 cruzó el Atlántico para viajar sola por Estados Unidos: apuntes, diarios, pensiones baratas. Quería vida real, no un plató.

Su ruta la llevó hasta Nueva Orleans, ciudad de bohemia y desamparo a partes iguales. Allí empezó a frecuentar el Barrio Francés y a pasar tiempo con Alexander Masakela, músico mayor que ella, carismático y hermético. Testigos los vieron juntos en una pensión económica; a veces discutían, a veces caminaban a la orilla del río. La ciudad, como siempre, se hacía la distraída.


La noche del 6 de enero de 1994, un vigilante de la zona del malecón aseguró haberla visto acercarse al borde del agua. Según su testimonio, Ylenia pronunció una frase que hiela todavía: “I belong to the water”. Después, silencio. Ni un grito. Ni una salpicadura que alguien recuerde. El Misisipi siguió su curso como si nada.

La búsqueda comenzó al amanecer: patrullas fluviales, llamadas a hospitales y refugios, morgues, listas de ingresos. No hubo cuerpo, ni ropa, ni señal inequívoca de crimen o accidente. El río, famoso por no devolver lo que traga, mantuvo su ley: nada a la vista, todo en duda.

Masakela fue localizado y llevado a declarar. Lo interrogaron durante horas y salió en libertad por falta de pruebas; no se formularon cargos en su contra. Sostuvo que Ylenia era dueña de sus pasos, que pudo haberse marchado. Para su familia, ese guion no cuadraba: ella no desaparecía sin avisar, no así.


Al Bano voló de inmediato a Luisiana. Caminó diques, revisó listas, preguntó a desconocidos con la foto de su hija en la mano. Años después, agotado por la ausencia, impulsó la declaración judicial de fallecimiento (2014) con una frase que explicaba su rendición: “Se fue con el agua, y el agua no me la devolvió”. Romina Power nunca aceptó esa conclusión: para ella, Ylenia sigue viva en algún lugar.

Con el tiempo crecieron los espejismos: supuestos avistamientos en monasterios, aulas, países lejanos; cartas, llamadas, rostros parecidos. También las hipótesis duras: accidente, suicidio, delito. Ninguna probada. Todo vuelve siempre al mismo vértice: una joven, un río, una frase que parece un conjuro y ninguna evidencia que cierre el expediente.

El caso se convirtió en una herida cultural para Italia: programas especiales, documentales, libros, entrevistas que reabren lo mismo de siempre. Bajo el ruido late un dilema incómodo: ¿qué le debe una hija a la libertad cuando la fama de los padres le ocupa la casa? ¿Cuánto pesa una identidad pública sobre los pasos privados?


Ylenia Carrisi es, desde entonces, una presencia de agua. No hay tumba, ni fecha final, ni certeza que arranque la espina. Solo una ciudad que la oyó pasar, un río que no explica, una familia partida entre el duelo y la esperanza, y un eco que aún corta la noche: “Pertenezco al agua”.

¿Cómo se investiga una desaparición sin escena, sin cuerpo y sin tiempo a favor? ¿Cuántas verdades se ahogan en ríos que nadie puede registrar hasta el fondo, mientras el mundo aprende a convivir con el miedo de que un paso de más te borre para siempre?

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