Ainoha Izaga Ibieta Lima: la “mujer del cobertizo” de Girona que tardó 7 años en recuperar su nombre



En la tarde del 4 de agosto de 2018, en una masía aislada del barrio de Olivars, en Sant Julià de Ramis (Girona), tres personas que vivían allí se toparon con una escena que parecía salida de una película oscura: en el pequeño gallinero anexo a la casa, colgando de una viga dentro de un cobertizo de aves, había el cuerpo de una mujer. Estaba ahorcada, sin documentación, sin joyas, sin nadie que preguntara por ella. Así nació, para los investigadores, el enigma de “la mujer del cobertizo”.

La mujer llevaba el cuerpo aún tibio: la autopsia determinó más tarde que había muerto unas seis horas antes de ser hallada. No había señales claras de lucha, ni lesiones externas adicionales, y en el cobertizo se encontró una cuerda y un cubo que podría haberle servido para alcanzar la viga del techo. El informe forense no apreció indicios evidentes de criminalidad, por lo que la causa se archivó como un caso sin autor conocido y, durante años, incluso se inclinó hacia la hipótesis del suicidio. Pero faltaba algo esencial: no sabían quién era la fallecida.

Las únicas pistas eran su aspecto y su piel. La mujer aparentaba unos 30 y pocos años, tenía el cabello rubio y los ojos marrón claro, y llevaba varios tatuajes, entre ellos uno que se convirtió en clave: en el antebrazo izquierdo tenía grabada, en hebreo, la palabra “éxito”. Aquella palabra, que parecía una especie de mantra personal, sería años después la llave que permitiría ponerle nombre y apellido a un expediente que, en 2018, se archivó como el cuerpo de una desconocida en una granja de Girona.


Quienes vivían en la casa —dos hermanos y la pareja de uno de ellos— declararon que nunca la habían visto antes. No apareció ningún vehículo cerca, nadie en el vecindario supo decir quién era, y solo un club hípico de la zona informó que, el día anterior, habían visto a una mujer deambular por los alrededores, caminando sola. Los investigadores comenzaron a sospechar que no era española: su físico, su ropa y algunos detalles hicieron pensar que podía proceder del norte de Europa. Buscaron en Alemania, Países Bajos, Polonia y Francia, pero no hubo respuesta.

Sin nombre, el caso pasó a encuadrarse en una categoría inquietante: la de los cadáveres sin identificar. En 2024, cuando la Policía Nacional española entregó el expediente a INTERPOL, la bautizaron como ES05 – “The woman in the shed” (La mujer del cobertizo) y lo incorporaron a la campaña Identify Me, una iniciativa para intentar poner nombre a 46 mujeres halladas muertas en seis países europeos. Era una de las siete víctimas sin identificar en España.

La campaña de INTERPOL fue un giro radical: por primera vez, la organización internacional hizo públicas algunas de sus “notificaciones negras”, fichas que recogen datos biométricos (ADN, huellas, rasgos faciales), descripción de ropa, tatuajes y circunstancias del hallazgo de personas fallecidas que nadie ha reclamado. En el caso de la mujer del cobertizo, el foco se puso en su tatuaje en hebreo y en reconstrucciones faciales que mostraban cómo podía haber sido su rostro en vida.


Mientras Europa compartía carteles anónimos con su cara reconstruida, la vida de aquella mujer se contaba, en realidad, a miles de kilómetros. Según reconstruyó después su hermano, se llamaba Ainhoa (o Ainoha) Izaga Ibieta Lima, era paraguaya, y había viajado a España alrededor de 2012–2013, con unos 28 años, buscando nuevas oportunidades. Con el tiempo, se instaló en Barcelona, y durante varios años mantuvo contacto con su familia en Paraguay… hasta que, poco a poco, ese contacto se fue cortando.

A mediados de 2019, después de meses sin noticias, su hermano presentó en Paraguay una denuncia por desaparición, sin imaginar que el cuerpo de Ainoha ya había sido encontrado en Girona casi un año antes. Esa denuncia fue crucial: significaba que sus huellas y datos entrarían en los sistemas policiales paraguayos, creando el vínculo que, años después, haría posible el cruce con la información enviada por España a través de INTERPOL.

En marzo de 2025, la historia dio un vuelco. Las autoridades de Paraguay compararon las huellas digitales enviadas por España en la Difusión Negra de INTERPOL con sus bases de datos nacionales y encontraron una coincidencia: la mujer sin nombre del cobertizo de Sant Julià de Ramis era Ainoha Izaga Ibieta Lima, 33 años, ciudadana paraguaya. La organización internacional anunció el hallazgo como la primera identificación transcontinental de la campaña Identify Me.


Los medios españoles recogieron la noticia con titulares que sonaban casi a epitafio: “Resuelto el enigma de la mujer del cobertizo” o “Identificada la misteriosa mujer hallada ahorcada en una casa de Girona en 2018”. Ahora se sabía que Ainoha había llegado a España en 2013, que llevaba años sin contacto fluido con su familia y que su desaparición se había formalizado solo cuando el silencio fue insostenible. La identificación no resolvía cómo llegó exactamente a esa masía, por qué fue al gallinero ni qué la llevó a quitarse la vida —si es que fue eso lo que ocurrió—, pero al menos devolvía a la víctima algo básico: su identidad.

INTERPOL subrayó que su trabajo “no consiste solo en resolver casos, sino en restaurar la dignidad de las víctimas y dar voz a los afectados por la tragedia”. Y es que, aunque la causa aparezca técnicamente como una muerte sin indicios claros de criminalidad, es una muerte rodeada de preguntas: ¿qué hacía Ainoha en esa granja de Girona, a cientos de kilómetros de Barcelona? ¿Con quién se relacionaba en los últimos meses de su vida? ¿Llegó allí sola o acompañada? Esas piezas siguen faltando en el rompecabezas.

Hoy, el caso de Ainoha Izaga Ibieta Lima permanece como una investigación abierta: la ficha de INTERPOL indica que, aunque la identidad ya está confirmada, las circunstancias de su fallecimiento siguen sin esclarecerse y se invita a cualquier persona con información a contactar con la policía española. En paralelo, la campaña Identify Me continúa intentando poner nombre a otras 45 mujeres que aún figuran como desconocidas en Europa. Cada una de ellas es otra historia suspendida, otro cuerpo sin nombre esperando que alguien reconozca un tatuaje, una prenda, un rostro.


La pesadilla de Ainoha tiene dos capas. La primera es la imagen cruda del cobertizo de aves, la cuerda, la viga, una mujer colgando en soledad en una tarde de agosto. La segunda es el silencio posterior: siete años en los que su cuerpo fue solo un expediente, un “ES05”, una reconstrucción facial sin nombre dando vueltas por oficinas, bases de datos y páginas de INTERPOL. Que hoy podamos decir “Ainoha Izaga Ibieta Lima” en lugar de “la mujer del cobertizo” no borra lo ocurrido, pero sí rompe, al menos, la deshumanización de esa etiqueta.


Y quizá ese sea el mensaje más inquietante detrás del caso Ainoha Izaga / Ainoha Izaga Ibieta Lima: en un continente lleno de cámaras, bases de datos y fronteras supuestamente vigiladas, una mujer pudo morir en un gallinero de Girona sin que nadie supiera quién era durante casi siete años. Solo la combinación de un tatuaje con la palabra “éxito”, la tenacidad de un hermano que la denunció como desaparecida y el cruce internacional de huellas digitales han logrado traerla, de algún modo, de vuelta a casa. El enigma ahora no es solo quién era, sino qué le pasó realmente antes de que su historia se quedara atrapada, para siempre, entre las tablas de un cobertizo en Sant Julià de Ramis.

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