La tarde del 16 de octubre de 2022, Caracas hervía como siempre: tráfico, gente apurada, vendedores en las esquinas, el metro lleno. Entre toda esa marea iba Dorhean Gainza, 19 años, estudiante de teatro de la Escuela de Artes Escénicas Juana Sujo, rumbo a ver una obra en la Sala Cabrujas, en Altamira. No iba a trabajar ni a una fiesta; iba a lo que más amaba: el teatro. Horas después, su voz cruzó por última vez el teléfono de su madre para decirle algo que sonaba preocupante, pero cotidiano: “mamá, estoy perdido”. Desde esa llamada, Dorhean desapareció.
Antes de ser un caso, Dorhean era un chico tímido del estado Bolívar, el menor de tres hermanos, que se había mudado a Caracas hacía menos de dos años para perseguir un sueño: formarse como actor. Sus familiares lo describen como introvertido, “sin malicia”, muy de casa, apasionado por la música; aprendió a tocar el piano por su cuenta. Para poder pagar la matrícula de la Juana Sujo, trabajó en un puesto de verduras y hacía galletas para venderlas a amigos y compañeros. Nada en sus planes hablaba de fuga, ruptura o una vida a la deriva: su mirada estaba puesta en terminar la carrera y estudiar cocina después.
Esa tarde del 16 de octubre, Dorhean salió rumbo a Altamira / Los Palos Grandes para ver una obra en Sala Cabrujas, muy cerca del Parque Generalísimo Francisco de Miranda (Parque del Este) y de la estación Francisco de Miranda del metro. En el camino se desorientó: no encontraba el teatro, las calles le resultaban confusas —era relativamente nuevo en la ciudad— y decidió llamar a su madre, Heidi Rondón / Rincón, para pedir ayuda. Le dijo que estaba perdido, que no conseguía la sala y que cómo hacía para volver. Ella le explicó por teléfono cómo tomar la avenida Francisco de Miranda para regresar a casa.
Lo inquietante es lo que vino después. Dorhean no solo habló con su mamá: mientras caminaba, chateaba por WhatsApp con compañeros de la escuela de teatro. Les contó que estaba en la zona del parque y les confesó algo que haría saltar las alarmas a cualquiera: sentía que lo querían robar, que personas extrañas lo seguían, que iba a guardar el celular para que no se lo quitaran. Esas frases, que luego su madre y sus amigos repitieron ante la prensa, son lo último que se sabe con certeza de él.
Después de ese mensaje, el teléfono de Dorhean se convirtió en silencio. Su madre empezó a llamarlo una y otra vez, pero ya solo respondía la contestadora. Con el paso de las horas, la preocupación se transformó en pánico. Llamó a sus amigos, que confirmaron la misma versión: Dorhean había dicho que estaba en Parque del Este, que se sentía seguido y que iba a guardar el móvil. Algunos medios han señalado que tiempo después aparecieron algunas de sus pertenencias, incluido el teléfono, lo que añade una capa más de inquietud al rompecabezas.
Desde esa noche empezó una búsqueda que todavía no termina. Heidi recorrió hospitales de la Gran Caracas, la morgue de Bello Monte, centros psiquiátricos, albergues como Negra Hipólita, Vargas, Guatire, Los Teques, La Guaira, pegando carteles y preguntando por su hijo. A los pocos días acudió a la División de Víctimas Especiales del CICPC, donde se abrió el expediente K-22-2270-00380, y también al Ministerio Público, que terminó designando la Fiscalía 36 Nacional para “optimizar e impulsar la investigación” sobre la desaparición.
Las primeras semanas se habló de un despliegue de investigación: el CICPC habría realizado un trabajo fílmico con cámaras de los alrededores del Parque del Este, buscando reconstruir el trayecto del joven. Pero cuando la madre pidió revisar las cámaras internas del parque, la respuesta que recibió fue demoledora: no estaban operativas. Sin ese registro clave, la línea de tiempo se corta justo en la zona donde Dorhean dijo que se sentía en peligro, en un área de alto tránsito, rodeada de edificios de oficinas, residencias y comercios. Un lugar lleno de gente… que, hasta hoy, nadie ha podido señalar como el escenario preciso de lo que le ocurrió.
Mientras la investigación institucional avanzaba con lentitud, los amigos de Dorhean se movieron con otra velocidad. Crearon la cuenta de Instagram @amigo_desaparecido y el perfil de X @amigo_dorhean, donde publicaron una cronología detallada de la desaparición, su fotografía, rasgos físicos y llamados constantes a compartir su caso con las etiquetas #DóndeEstáDorhean, #ConsigamosADorhean y #AmigoDesaparecido. Organizaron concentraciones en la calle, pegaron volantes, hablaron con medios alternativos. No querían que la historia de su compañero se diluyera en la avalancha diaria de noticias.
La presión dio resultados parciales: medios como El Pitazo, El Universal, Notitarde, Curadas, Noticia al Día, Univisión y otros retomaron el caso Dorhean Gainza en varios momentos clave: al cumplirse tres meses, un año, dos años y hasta 867 días de su desaparición. Las notas coinciden en lo esencial: Dorhean, de contextura delgada, 1,70 m de estatura, piel blanca, cabello castaño medio, ojos marrón oscuro, desapareció entre Altamira y el Parque del Este y, a pesar de las investigaciones oficiales, no hay ni una sola pista sólida sobre su paradero.
En paralelo, la madre se convirtió en una voz incómoda para el Estado. En entrevistas y cartas abiertas, Heidi Rondón ha repetido que su hijo es víctima de la “brutal realidad” de un país que destruye vidas y familias, y que vivir sin respuestas es un dolor indescriptible. Habla de insomnio, ataques de pánico, de la sensación de que el tiempo se detuvo el 16 de octubre de 2022. En redes, la familia insiste en que el caso no puede quedarse en un archivo: abrieron el correo BuscandoADorhean@gmail.com para recibir datos y siguen etiquetando a fiscalías, organismos de seguridad y figuras públicas, exigiendo que no abandonen la investigación.
El contexto no ayuda. Según el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), en 2022 se registraron 1.370 desapariciones de personas en Venezuela, un número que coloca a la historia de Dorhean dentro de un fenómeno mucho más amplio y aterrador. En un país cruzado por la inseguridad, la precariedad institucional y la desconfianza, muchas familias denuncian lo mismo: expedientes que se abren, comunicados que prometen investigaciones, pero pocos resultados concretos, sobre todo cuando no hay un cuerpo, una escena o un sospechoso claro.
A marzo de 2025, cuando medios como El Universal y Noticia al Día vuelven a preguntar “¿Dónde está Dorhean?”, ya han pasado dos años y cinco meses desde aquella llamada donde dijo que estaba perdido. La nota habla de pesquisas en “un callejón sin salida”, de un caso asumido por la Fiscalía 36 Nacional y la División de Víctimas Especiales que, sin embargo, no muestra avances visibles. Para la familia, leer esas líneas es confirmar lo que sienten desde hace tiempo: que la búsqueda depende más de su insistencia que de una estructura organizada y eficaz.
Hoy, a finales de 2025, la desaparición de Dorhean Gainza sigue siendo exactamente eso: una desaparición. No hay hallazgo de cuerpo, no hay evidencia pública de secuestro, no hay prueba concluyente de fuga voluntaria. Solo sabemos que un domingo de octubre un chico de 19 años salió a ver una obra de teatro, se perdió entre Los Palos Grandes, Altamira y el Parque del Este, sintió que lo iban a robar, decidió guardar el teléfono… y, a partir de ahí, es como si se lo hubiera tragado la tierra.
En medio de esta pesadilla, la madre de Dorhean repite una frase que resuena como un latido en todas las entrevistas: “no voy a dejar de buscarlo”. Y esa es, quizá, la parte más humana y más dura del caso: una mujer que se niega a aceptar el silencio como respuesta, amigos que se niegan a dejar de publicar su foto, un país que, si mira de frente esta historia, tiene que hacerse una pregunta incómoda: ¿cómo puede desaparecer alguien en una zona llena de gente, cámaras y tráfico sin que nadie sepa qué le pasó?
Mientras no exista una respuesta, cada persona que lee su nombre o ve su rostro puede hacer algo pequeño pero poderoso: compartir su caso, hablar de él, estar atento. Si alguien cree haber visto a un joven de contextura delgada, tez clara, 1,70 m, cabello castaño medio, ojos marrón oscuro, parecido a las fotos de Dorhean, puede escribir al correo BuscandoADorhean@gmail.com o a las cuentas de @amigo_desaparecido / @amigo_dorhean, o contactar a las autoridades venezolanas. Porque en historias como esta, a veces la diferencia entre que un caso quede enterrado en el olvido… o encuentre por fin un hilo del que tirar, está en un testigo que decide no guardar silencio.
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