El domingo 13 de abril de 2025, Domingo de Ramos, una joven médica bogotana terminó su turno en el Hospital Naval de Bocagrande, en Cartagena, y decidió hacer algo que había hecho otras veces: caminar hasta el mar para despejar la mente. Se llamaba Tatiana Alejandra Hernández Díaz, tenía 23 años, estaba en pleno año rural, y la última imagen que se tiene de ella la muestra sentada sobre unos espolones de roca mirando al Caribe, en la avenida Santander, muy cerca del parque La Marina. Desde ese punto, el rastro de Tatiana se corta. No hay cuerpo, no hay testigos claros, no hay una escena cerrada. Solo una pregunta que hoy, más de medio año después, sigue sin respuesta: ¿qué pasó con Tatiana Hernández en Cartagena?
Antes de convertirse en caso mediático, Tatiana era la hija mayor de Lucy Díaz y Carlos Hernández, una estudiante de Medicina de la Universidad Militar Nueva Granada, disciplinada, cercana a su familia y con la ilusión de terminar su año rural para volver a Bogotá. Sus padres cuentan que siempre fue responsable, aplicada, con una vida centrada en estudiar, trabajar y compartir tiempo con ellos. Se había mudado a Cartagena para cumplir el requisito de servicio en zonas especiales del sistema de salud colombiano y llevaba meses rotando en el Hospital Naval, entre guardias, pacientes y llamadas nocturnas a casa.
La cronología de ese domingo está bastante clara hasta cierto punto. Tatiana salió del Hospital Naval, se comunicó con su familia por mensajes y les dijo, según relató después su madre, que “quería respirar, despejarse un poco”. Caminó hacia la avenida Santander, esa franja donde la vía corre pegada al mar y las piedras forman espolones que se adentran en el agua. Allí se sentó sola, frente al Caribe, todavía con la ropa de calle que describen los carteles de búsqueda: short oscuro, blusa clara, mochila y un par de sandalias. Las cámaras del entorno captan a una joven con esas características dirigiéndose a la zona de los espolones. A partir de ahí, la historia se vuelve agujero negro.
Al principio, la hipótesis que manejaron las autoridades locales fue casi automática: que la joven se habría lanzado al mar o caído accidentalmente desde las piedras. No ayudaba que en las primeras horas reinara el caos: cámaras de seguridad averiadas, sectores sin vigilancia efectiva y una escena abierta al tránsito normal de turistas y vendedores. Las únicas pertenencias encontradas en el lugar fueron su teléfono móvil y sus sandalias, hallados muy cerca de los espolones, ya con la familia participando en la búsqueda. Para algunos, eso reforzaba la teoría de una caída al agua; para la familia, en cambio, fue la primera señal de que algo no encajaba.
La respuesta institucional fue montar un operativo masivo de búsqueda por mar y tierra. La Armada Nacional, la Policía, la Alcaldía y la Unidad de Gestión del Riesgo activaron lanchas, buzos y un contrato con una empresa privada de exploración subacuática para revisar a fondo los espolones y el fondo marino de esa franja de la avenida Santander. Durante más de un mes se rastreó el área con sonar y equipos especializados, precisamente para despejar la hipótesis de que el cuerpo de Tatiana hubiese quedado atrapado entre rocas bajo el agua. El resultado fue claro: ningún rastro humano, ningún indicio de que se hubiera sumergido allí. A partir de entonces, la investigación empezó a mirar menos al mar y más a tierra firme.
Mientras los buzos trabajaban, una pieza clave apareció en forma de píxeles. Tras semanas de revisión, la Fiscalía y la Alcaldía accedieron a videos de seguridad del sector. En esas imágenes, según explicaron el secretario del Interior de Cartagena y otros funcionarios, se ve a Tatiana ingresando a la zona de las piedras… pero nunca saliendo de allí. No hay registro de que vuelva a la avenida, ni de que atraviese la calzada hacia el centro histórico, ni de que se pierda caminando por otra calle. “Entra y no sale”, repiten una y otra vez las autoridades. Ese punto ciego —entre las rocas y el encuadre de las cámaras— es hoy el epicentro del misterio.
Las pertenencias halladas en la zona tampoco han servido para cerrar el caso; al contrario, lo han enredado. El celular fue entregado a la Fiscalía para peritajes, pero hasta la fecha no se ha hecho público ningún hallazgo determinante en su análisis. Las sandalias, en cambio, se convirtieron en símbolo de la pelea de la familia por ser escuchada: la madre de Tatiana sostiene que “las sandalias no las perdió ella, alguien las dejó allí”, y durante casi tres meses las autoridades ni siquiera las recogieron como evidencia formal. Solo en julio de 2025, después de insistencias y apariciones en medios, la Fiscalía solicitó examinarlas como elemento probatorio, algo que la familia vivió como una mezcla de alivio y frustración tardía.
Con el mar “descartado” de forma provisional, empezaron a surgir otras líneas. Una testigo aseguró que vio a una joven que correspondía con Tatiana corriendo por el centro histórico la misma noche de su desaparición, alimentando la sospecha de que había logrado salir de la zona del mar y se dirigía hacia la ciudad amurallada. Otra pista, compartida por la familia a medios como Infobae, habla de alguien que afirmó que Tatiana habría sido dopada por dos hombres, aunque esa versión sigue sin sostenerse en pruebas sólidas. Entre tanto, una información que decía haberla visto con un hombre “conocido suyo” encendió la esperanza de que estuviera viva, pero tampoco se ha traducido en una localización concreta. Las hipótesis oficiales van desde un secuestro hasta trata de personas o una decisión propia de desaparecer, ninguna confirmada, todas igual de angustiosas para sus padres.
Paralelamente, la Fiscalía empezó a mirar con lupa el entorno de Tatiana en Cartagena. Se analizaron sus últimas llamadas, chats, desplazamientos y personas cercanas durante el año rural. Algunos comentarios en redes y foros apuntaron rápidamente al novio de la joven, pero la familia ha sido enfática en defender su inocencia y pedir que se eviten linchamientos sin pruebas. En julio de 2025, el caso dio un giro cuando una denuncia anónima mencionó al Hospital Naval de Cartagena dentro de un supuesto entramado de corrupción y crimen organizado. La Armada Nacional confirmó la apertura de una investigación interna en el centro médico, para determinar si algún miembro del personal pudo haber tenido participación o información relevante sobre la desaparición de la estudiante.
En medio del vacío, la familia de Tatiana ha sido la voz constante que no deja que el caso se enfríe. Sus padres han denunciado públicamente negligencias y posibles sabotajes en la búsqueda: embarcaciones que no se acercaban lo suficiente a los espolones, demoras en revisar cámaras, fallos en la custodia de la escena y una sensación general de falta de coordinación entre autoridades. En una carta conocida por la prensa, le reclamaron a la Fiscalía no haber explotado desde el principio todos los elementos disponibles —incluidas las sandalias— y pidieron que el expediente saliera de Cartagena para evitar presuntas presiones locales. El mensaje que repiten en cada entrevista es el mismo: “Viva se la llevaron, viva la queremos”.
Su búsqueda no ha estado exenta de peligro. En un podcast de investigación se reveló que, en uno de los intentos de seguir pistas por su cuenta, los padres de Tatiana habrían sido engañados para entrar a territorio controlado por el Clan del Golfo, bajo la promesa de información sobre su hija. El GAULA tuvo que intervenir para sacarlos de la zona antes de que algo peor ocurriera, según relataron ellos mismos. Desde entonces, además de cargar con la ausencia de su hija, viven con el peso añadido de amenazas y advertencias veladas. Aun así, siguen apareciendo en medios, organizando velatones, subiendo videos a redes y pidiendo a cualquiera que estuviera esa tarde en las murallas o en la avenida Santander que revise sus fotos y grabaciones por si Tatiana apareció al fondo, aunque sea unos segundos.
El caso Tatiana Hernández también ha encendido alarmas sobre la seguridad de las mujeres en Cartagena y la respuesta estatal frente a las desapariciones. Voces como la de la representante Cha Dorina han denunciado en el Congreso la repetición de patrones de negligencia en casos de mujeres desaparecidas, cámaras dañadas, escenas mal protegidas y familiares obligados a hacer el trabajo que no hace el Estado. Colectivos feministas y cuentas en redes han hecho del “¿Dónde está Tatiana?” un lema que se mezcla con otras historias de violencia en la ciudad, exigiendo protocolos claros, más recursos y menos indiferencia. Todo mientras Interpol mantiene una alerta amarilla y el Estado ofrece hasta 200 millones de pesos de recompensa por información que lleve a encontrarla.
En octubre de 2025, tras más de seis meses sin respuestas, la Fiscalía anunció que el caso de la desaparición de Tatiana Hernández sería trasladado a un despacho especializado en Bogotá, en la Dirección de Apoyo Territorial, alejándolo de la seccional de Cartagena. La medida busca dar un nuevo impulso investigativo, con más capacidad técnica y, en teoría, mayor independencia frente a intereses locales. Casi en paralelo, sus padres la felicitaron por su cumpleaños número 24 a través de los medios: “Regresarás a casa sana y salva”, le dijeron en una carta abierta que mezcla esperanza irracional y amor de padres que se niegan a hablar de su hija en pasado.
Hoy, el caso de la desaparición de Tatiana Hernández en Cartagena sigue técnicamente abierto pero sin una narrativa clara. Las hipótesis oficiales oscilan entre un accidente en el mar, un secuestro ligado al crimen organizado, una red de trata o una desaparición voluntaria extremadamente improbable para quienes la conocían. No hay cuerpo, no hay escena cerrada, no hay pruebas concluyentes contra nadie. Solo un punto en el mapa —los espolones de la avenida Santander— donde las cámaras la ven entrar y nunca salir, unas sandalias que su madre dice que fueron puestas allí y una ciudad costera que cada Domingo de Ramos recordará a la médica bogotana que fue a respirar frente al mar y se perdió entre las piedras. Si estuviste en Cartagena el 13 de abril de 2025, si grabaste el mar desde las murallas, si crees haberla visto esa tarde o esa noche, cualquier imagen o recuerdo puede ser la pieza mínima que falta para que esta pesadilla deje de ser solo eso: una pregunta sin respuesta.
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