El caso de Guillermina Mateos Riego: la madre que no acepta que la muerte de su hija en el aeropuerto del Prat quede envuelta en silencio


La pesadilla de Guillermina empieza el 16 de diciembre de 2022, a cientos de kilómetros de su casa en Zamora. Ese día su hija, la policía nacional Cristina Mateos Riego, de 32 años, aparece muerta de un disparo en la cabeza dentro de su propio coche, en el aparcamiento 6 de la Terminal 1 del aeropuerto del Prat (Barcelona), donde trabajaba en el puesto fronterizo. La versión preliminar de la investigación habla de suicidio, pero para su madre nada encaja: desde entonces, su vida gira alrededor de una sola obsesión —“¿qué le pasó realmente a mi hija?”— y su nombre queda ligado al caso de Guillermina Mateos Riego, la madre que no deja de exigir respuestas. 

Antes de ser un expediente judicial, Cristina era “la niña” de Guillermina: zamorana, muy unida a su familia, enamorada de su sobrino pequeño y con la ilusión de volver a casa siempre que el cuadrante se lo permitía. Había logrado lo que muchos sólo sueñan: aprobar la oposición y ser policía nacional, destino en el Prat, y por fin una plaza en Soria para acercarse de nuevo a Zamora. Días antes de morir hacía planes por teléfono con su madre y su hermano: pensaba ir el 18 de diciembre a dar una sorpresa de Navidad a su sobrino, disfrazada de Papá Noel, y luego empezar su nueva etapa más cerca de los suyos. Nada en esas conversaciones hacía pensar en alguien al borde del abismo. 

El 16 de diciembre Cristina tenía turno de noche: debía entrar a trabajar a las 23:00. Según la información que la familia ha ido recibiendo con cuentagotas, las cámaras del aeropuerto captan su coche entrando en el aparcamiento reservado a empleados y taxistas sobre las 17:30, y un informe forense sitúa la muerte en torno a las 19:00 horas. A partir de ahí, el vacío: nadie la ve caminando hacia el edificio, nadie habla de una discusión, nadie describe un comportamiento extraño. Simplemente, Cristina deja de contestar. Esa franja de tiempo, entre la entrada al párking y el disparo que le quita la vida, es hoy el centro de todas las preguntas de Guillermina. 


Son sus propios compañeros quienes notan su ausencia. Cuando Cristina no se presenta a su puesto a las 23:00, a unos metros de donde después será hallado el vehículo, se activa la alarma. Empiezan buscándola en el domicilio que compartía con otro agente de la Policía Nacional destinado en Barcelona, que aquel día no se encontraba allí. Finalmente, tirando de grabaciones, localizan el coche en el aparcamiento del aeropuerto. Rompen la ventanilla y la encuentran sentada en el asiento del conductor, con un disparo en la sien derecha y la pistola en su regazo, según le relatan después a la familia. Para Guillermina, incluso ese detalle —el arma sobre las piernas y no en el suelo— se convierte en una duda clavada. 

La llamada que rompe la vida de Guillermina llega sobre las 2:30 de la madrugada. Policías suben a su casa en Zamora, le dicen el nombre de su hija, y su cabeza se agarra a la explicación “lógica”: un accidente de tráfico, una caída, cualquier cosa menos un tiro en la cabeza en un aparcamiento. Cuando le explican lo que ha pasado, ella se queda en shock. No le encaja con la chica ilusionada que, horas antes, hablaba de regalos de Navidad, de mudanza a Soria, de turnos, de futuro. Desde ese instante, cada frase oficial será pesada, cuestionada y vuelta a leer una y otra vez por una madre que siente que le están contando una historia a medias. 

Guillermina y parte de la familia viajan a Barcelona para reconocer el cuerpo. Pero cuando llegan a la Ciudad de la Justicia, se encuentran con algo que les descoloca todavía más: según su relato, no les permiten ver a Cristina allí. Les dicen que esperen a que el cuerpo llegue a Zamora, al tanatorio. En Barcelona sólo les entregan algunos efectos personales, entre ellos la documentación con la que, deducen, se habría hecho la identificación. Guillermina sale de ese edificio con una pregunta que repite una y otra vez en entrevistas: “Si nos llaman para reconocerla, ¿por qué no nos dejaron verla?”. 


Quince días después del disparo, la familia recibe algo más que papeles: les devuelven el coche de Cristina. Es el mismo vehículo donde la joven perdió la vida… pero, según cuenta su madre, está completamente limpio y con la ventanilla rota ya reparada. Para Guillermina, ese gesto es incomprensible: ¿cómo pueden entregarles tan pronto lo que, a sus ojos, sigue siendo la escena de la muerte sin que haya un informe completo y definitivo? Ella insiste en que ese coche ya no puede ser revisado en busca de huellas, restos biológicos, casquillos o cualquier detalle que pueda haberse perdido tras la limpieza. La familia siente que, con ese lavado, se han ido por el desagüe posibles pruebas. 

Mientras tanto, el caso sigue su curso en los juzgados de Barcelona. Los Mossos d’Esquadra llevan la investigación y el asunto se tramita en un juzgado de instrucción. El abogado de la familia, Óscar Rodríguez, explica en prensa que el informe preliminar apunta a un suicidio, pero que no puede hablarse de conclusión definitiva hasta que se completen todas las diligencias y el juzgado se pronuncie. Señala, además, que la causa ha sufrido una dilación enorme por la larga huelga de funcionarios de Justicia en Cataluña, lo que ha retrasado informes, peritajes y trámites. A día de la entrevista con El Español, casi un año después, la familia sólo dispone del informe de balística (que confirma la muerte por disparo de una pistola 9 mm) y del informe toxicológico, que no detecta drogas. Guillermina reclama el resto: la autopsia completa, todas las fotos de la escena, las imágenes del párking, el atestado íntegro. Necesita ver todo, negro sobre blanco. 

Cansada de esperar en silencio, Guillermina decide convertir su duelo en altavoz. Aparece en el programa “En boca de todos” (Cuatro), donde, con una foto de Cristina en la mano, repite ante las cámaras que no pudo reconocer el cuerpo de su hija en Barcelona y que no ha visto las grabaciones del aeropuerto. Allí afirma que, para ella, Cristina no tenía problemas que la empujaran a quitarse la vida y que estaba feliz con la idea de volver a Zamora ese fin de semana. Después llegan el reportaje en El Español, la entrevista larga en el pódcast “¡Cuéntamelo todo!”, y varias apariciones en el programa “Punto de Vista”, donde Guillermina y su hermana Loli desgranan, con calma y rabia contenida, los puntos que consideran más oscuros del expediente. En redes sociales nace incluso una comunidad específica, la plataforma “Justicia para Cristina Mateos Riego”, que comparte vídeos, entrevistas y actualizaciones del caso. 


En esas entrevistas, Guillermina y Loli van mucho más allá de lo que aparece en los autos. Hablan de “dudas” y “pruebas destruidas”: mencionan presuntas contradicciones en la hora exacta de la muerte, cambios en el estado de WhatsApp de Cristina que, según ellas, no encajarían con el horario forense, o la desaparición y limpieza de parte de la ropa y pertenencias personales. También cuestionan el acceso limitado a las imágenes del aparcamiento: quieren saber si Cristina entra sola al coche, si alguien se le acerca después, si hay otro vehículo que aparezca en escena. Todo esto, de momento, forma parte del relato de la familia, difundido en medios y pódcasts; no hay, al menos de forma pública, resoluciones judiciales que acrediten manipulación de pruebas o delitos de encubrimiento. Pero esas sospechas son la gasolina que mantiene en marcha la lucha de Guillermina.

En el centro de todo se mantiene la misma herida: la falta de certeza. Guillermina repite que nadie le ha explicado con claridad si su hija “lo hizo ella o si alguien le hizo daño”. En sus publicaciones en redes habla de insomnio, de días en los que el dolor la parte por dentro, de la sensación de estar peleando contra un muro. Sin embargo, cada aniversario, cada 16 de diciembre, vuelve a aparecer el nombre de Cristina acompañado del suyo: madre e hija unidas por un caso que, dos años después, sigue lleno de preguntas. 

El caso de Guillermina Mateos Riego se inscribe, además, en un contexto más amplio de familias que cuestionan la etiqueta de suicidio en muertes con arma de fuego, sobre todo cuando la víctima es alguien joven, con trabajo estable y planes de futuro. En algunos de esos expedientes, con el tiempo, se han descubierto homicidios mal interpretados; en otros, los indicios han confirmado la versión inicial. En el de Cristina, hoy por hoy, lo único indiscutible es que la investigación sigue en fase de instrucción, que la calificación definitiva depende del juzgado y que, hasta que no se cierre, todos —familia, medios y opinión pública— estamos obligados a manejar hipótesis con cautela y a respetar la presunción de inocencia de cualquiera que pudiera verse señalado. 


Mientras tanto, la vida de Guillermina se ha convertido en una mezcla de duelo y activismo. Habla con periodistas, participa en pódcasts, comparte documentos, convoca concentraciones en Zamora para pedir que no se archive el caso sin revisar cada detalle. A veces se la nota agotada, pero sigue insistiendo en la misma idea: “quiero saber qué pasó para poder descansar”. No habla de venganza, sino de verdad. De poder mirar el cementerio, la habitación vacía de su hija y su uniforme de policía con la sensación —mínima, pero imprescindible— de que alguien ha contado toda la historia. 

Hoy, cuando se nombra el caso de Guillermina Mateos Riego, ya no se habla sólo de la mujer que perdió a su hija, sino de una madre que ha decidido no pactar con el silencio. Su lucha resume una de las caras más oscuras de la condición humana: la posibilidad de que, incluso ante una muerte violenta en un lugar lleno de cámaras, la verdad quede atrapada entre informes incompletos, demoras, versiones enfrentadas y burocracia. Hasta que un juzgado dicte la última palabra, la historia seguirá abierta. Y mientras quede una sola duda sin respuesta, Guillermina —la madre detrás del apellido— seguirá recordándonos que, a veces, la peor pesadilla no es cómo muere alguien a quien quieres, sino no saber nunca por qué.

Publicar un comentario

0 Comentarios