El 29 de diciembre de 2022, un hombre de 45 años envía un mensaje desde la montaña: “Empiezo la ruta, te quiero”. Es José Antonio Martínez López, montañero barcelonés, auxiliar de enfermería, de vacaciones en la frontera entre Salamanca y Cáceres. Ese día decide por fin hacer la travesía con la que llevaba dos años soñando: subir desde la plataforma de El Travieso hasta el pico Calvitero, en la Sierra de Béjar y Candelario. Nunca regresará. Desde entonces, el caso de José Antonio Martínez desaparecido en la Sierra de Béjar es uno de los enigmas más duros de la montaña española reciente: ni cuerpo, ni mochila, ni una pista sólida. Nada.
Antes de ser “el montañero desaparecido”, José Antonio era, simplemente, José: 1,80 m de estatura, 82 kilos, complexión atlética, pelo canoso corto y liso, barba y bigote, ojos marrones. Así lo describe la ficha de SOS Desaparecidos, que aún hoy sigue activa. Vivía en Barcelona, trabajaba como auxiliar de enfermería de quirófano, y compartía su vida desde hacía 16 años con su pareja, Mercedes Gasco, enfermera. Su refugio eran las cumbres: fotos en collados nevados, crestas de madrugada, rutas largas que alternaba con su trabajo en el hospital. La montaña no era un capricho de fin de semana; era parte de su identidad.
Aquellas navidades, la pareja viaja al pueblo de ella, Ceclavín (Cáceres). Desde allí, José Antonio prepara la que llama su “ruta pendiente”: la travesía entre El Travieso y el Calvitero, una línea de alta montaña a casi 2.400 metros, en la frontera entre Salamanca, Ávila y Cáceres. El 29 de diciembre madruga, se viste para el frío y escribe ese último mensaje a Merche antes de empezar a caminar. No va con un grupo, no contrata guía, no avisa a un club: confía en su experiencia y en el trazado que ha estudiado al detalle. Es, al fin y al cabo, “su” ruta soñada.
La jornada, sin embargo, no se parece en nada al mapa ideal que llevaba en la cabeza. Los partes meteorológicos hablan de niebla densa, viento fuerte, lluvia, nieve y temperaturas de hasta -12 ºC con rachas de 100 km/h en la zona alta. José Antonio avanza solo, con su anorak rojo, su mochila y el móvil como enlace con el mundo. A lo largo de la mañana intercambia mensajes y envía alguna foto; sus familiares saben que está en marcha. Pero hacia las 15:40, su teléfono se queda sin batería. A partir de ese minuto, la montaña se lo traga.
Los datos técnicos dibujan un escenario tan inmenso como cruel. Según la investigación, la última señal clara del móvil se situó primero en la zona de El Torreón, en la sierra, y más tarde se revisó apuntando a repetidores próximos a Tornavacas, ya en el lado extremeño, aunque esta reinterpretación nunca ha permitido acotar una zona precisa. La ruta El Travieso–Calvitero–Canchal de la Ceja discurre por una meseta de alta montaña con cortados, ventisqueros y canales donde una caída puede dejar a alguien oculto a pocos metros del camino, invisible incluso para un helicóptero. Ese es el tablero en el que desaparece José Antonio.
Cuando él no vuelve a la hora prevista, saltan las alarmas. Su pareja y la familia avisan a emergencias y, esa misma tarde-noche, se activa un dispositivo de rescate: GREIM de la Guardia Civil, voluntarios de Protección Civil, Cruz Roja, bomberos, helicópteros y drones comienzan a rastrear la zona pese al temporal. Se forman cordones humanos, se revisan canales, se peinan laderas con perros de rastreo. “Es como buscar una aguja en un pajar helado”, dirá después uno de los intervinientes. Días después, la prensa resume la situación con un titular que duele leer: “La tierra se tragó a José Antonio a 2.000 metros de altitud”.
Las primeras jornadas de búsqueda se miden en frío, viento y frustración. Cada vez que el tiempo abre una ventana, los equipos se lanzan de nuevo a la sierra. Se revisan cornisas, collados, hoyas donde podría haberse formado un alud pequeño. No hay rastro del anorak rojo. No hay huellas claras, ni restos de material. Doce días después, la sensación es devastadora: cero pistas verificables. Ahí es donde comienza la segunda pesadilla, la que no trae nieve pero sí decisiones burocráticas.
A principios de enero de 2023, las autoridades comunican a la familia que, por motivos técnicos y meteorológicos, se suspende la búsqueda sistemática en la zona alta hasta nueva orden. Medios como Radio Interior recogen la indignación de Merche, que denuncia que se ha “dado carpetazo a la vida de una persona anónima porque no es rentable” y que, mientras a su lado un responsable lleva paraguas sujeto por otra persona, le dicen que ya no se reactivarán los operativos salvo que “en febrero haga bueno”. Ella pide incluso la intervención de la UME; le responden que sólo actúa en catástrofes… algo que, más tarde, verá desmentido cuando la UME sí se moviliza en otros casos mediáticos.
Lejos de rendirse, la familia llama a todas las puertas. En febrero de 2023, la fundación QSDglobal organiza, junto a la unidad canina UCAS de Arrate, una nueva búsqueda centrada en la zona baja de la sierra, donde creen que podría haber acabado si cayó o se desorientó en el retorno. En abril, con la meteorología ya más estable, la Guardia Civil lanza dos jornadas intensivas de rastreo en Béjar y Candelario, de nuevo sin resultado. El tiempo corre; la herida no se cierra.
El verano de 2023 trae un nuevo intento: la Federación Madrileña y la Federación Extremeña de Montaña, en coordinación con GREIM, Protección Civil y UCAS, convocan a montañeros experimentados para tres grandes batidas los días 28, 29 y 30 de julio, y otra el 2 de agosto, buscando zonas aún no exploradas por encima de los 1.300 metros de altitud. Se revisan canales, hoyas y laderas alejadas de los itinerarios clásicos. Tampoco ahí aparece nada. En 2025, el Ayuntamiento de Ceclavín anuncia que se ha reactivado de nuevo la búsqueda, dos años y medio después, insistiendo en que la familia no piensa dejar de remover la sierra.
Los aniversarios son cuchillos con fecha. Al cumplirse un año, medios como El Confidencial, La Razón o El País vuelven al caso: “Empiezo la ruta, te quiero. Un año sin rastro de José Antonio”, “Como buscar una aguja en un pajar”, “La tierra se tragó al montañero José Antonio Martínez”. A los dos años, La Gaceta de Salamanca publica un reportaje desde Candelario: Merche cuenta que tiene “pánico al día 29”, que irá a la sierra a dejar flores y que sigue sin apoyo real de las instituciones de Barcelona, Salamanca o Extremadura. En la Guía de prevención digital de QSDglobal, su testimonio resume lo que es vivir en este limbo: “Tengo sentimientos encontrados: esperanza de que lo encuentren y miedo a que se desvanezca el hilo de esperanza…”.
¿Qué pudo pasarle a José Antonio Martínez López en la Sierra de Béjar? Las fuentes oficiales hablan de una desaparición involuntaria en montaña: una posible caída en un cortado, un deslizamiento hacia una canal oculta, una hipotermia en mitad del temporal. No hay indicios de violencia de terceros, ni señales de una marcha voluntaria. La orografía refuerza esa hipótesis: laderas abruptas, barrancos profundos y zonas de vegetación cerrada hacia Tornavacas donde, como explica Merche, puedes estar “a un metro de otra persona y no verla”. Que no haya rastro no significa que no esté allí; significa que la sierra, de momento, lo oculta demasiado bien.
El caso de José Antonio también se entiende mejor al mirarlo dentro del mapa de las desapariciones en España. Según el Informe Anual de Personas Desaparecidas 2024, en 2024 se investigaron 16.147 desapariciones, un 6 % más que el año anterior. El 95,5 % de las denuncias se esclarecieron, y más del 72 % se resolvieron en menos de una semana. El problema está en ese otro porcentaje: miles de expedientes que quedan abiertos, como el de José Antonio, dentro del grupo de 6.600 casos activos de larga duración que Interior reconoce hoy. Cada uno de esos números es una historia como esta: una ruta que no terminó, una llamada que no llegó, una familia atrapada en la espera.
Hoy, José Antonio Martínez López sigue oficialmente desaparecido. No hay certificado de defunción, no hay cuerpo, no hay un punto en el mapa donde su pareja pueda sentarse a hablarle en voz baja. En los carteles de SOS Desaparecidos se le sigue viendo sonriendo, pelo canoso y mirada limpia, con la nota: “Desaparece el 29/12/2022 en Salamanca. Realizaba la ruta entre El Travieso y el Calvitero. Anorak rojo. Referencia 25-09997”. Si alguna vez has caminado por la Sierra de Béjar y Candelario, por la plataforma de El Travieso, el Calvitero, el Canchal de la Ceja o los accesos hacia Tornavacas, y recuerdas algo fuera de lugar —un resto de ropa, una mochila, un comentario de refugio o de bar— aún puedes hacer algo: cualquier pista se puede comunicar a SOS Desaparecidos (+34 649 952 957 / 644 712 806) o a la Guardia Civil. Porque hasta que alguien encuentre ese anorak rojo, o una pequeña huella entre la roca y la nieve, el caso de José Antonio seguirá siendo exactamente eso: una ruta que empezó con un “te quiero” y terminó convertida en una de las pesadillas más frías que puedes tener delante de tu pantalla.
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