Hay historias que duelen antes de entenderlas. Historias que se sienten en el cuerpo, como un golpe seco. La de Andrés Emiliano Pereyra, “Andresito”, es una de ellas. Un joven de 31 años, deportista, padre de cuatro hijos, querido en su barrio, en su club, en todo Uruguay. Un gurí que vivió intentando levantarse de cada herida… y que terminó envuelto en un crimen brutal, lleno de sombras y silencios que todavía hoy nadie puede explicar.
Porque Andrés no es sólo una víctima.
Es un misterio abierto.
Una herida que todavía sangra.
Una pregunta sin respuesta.
Un joven que parecía invencible
Antes de desaparecer, Andrés era muchas cosas a la vez:
Un hijo querido.
Un padre presente.
Un hermano, un nieto, un amigo, un vecino.
Un jugador de fútbol que se abrió paso desde Las Piedras hasta Peñarol, Juventud, Génova en Italia y Suiza. Un talento que prometía más, pero al que una lesión de rodilla le quitó el camino que soñaba. Aún así, siguió. Porque Andrés era eso: seguir, insistir, levantarse.
Su madre lo recuerda con una ternura que corta el aire:
“Mi eterno Andresito. Solidario, compasivo, de voz serena… su sonrisa franca te hablaba sin palabras. Todos lo querían. Era un gurí bueno.”
Lo llamaban “Bam Bam” por su pelo castaño con un único rulito rebelde, “Cabecita” entre los amigos.
Tenía ese andar inquieto, como si la vida le hablase al oído que caminara rápido, que no perdiera tiempo.
La desaparición que nadie vio venir
En mayo de 2024, Andrés desaparece.
No dejó un mensaje.
No hubo advertencias.
No había conflictos, ni antecedentes, ni vínculos que explicaran semejante final.
Simplemente… desapareció.
Vecinos, amigos y desconocidos se movilizaron en los 19 departamentos para buscarlo. El pueblo uruguayo respondió como si estuvieran buscando a un hijo de todos. Su madre aún se estremece al recordarlo:
“Fue enorme la respuesta. Confirmó lo que siempre supimos: Andrés era un gurí bueno.”
Pero mientras la gente buscaba, el sistema no actuaba con la misma velocidad.
La madre lo dice con la rabia triste de quien conoce el precio del tiempo perdido:
“Fiscalía tomó el caso recién el 21 de junio. Más de un mes después. Se perdieron cámaras, pruebas, días importantes. Se perdió lo que podía haber hecho la diferencia.”
Siete meses sin respuestas
La familia vivió siete meses de búsqueda desesperada.
Siete meses sin dormir.
Siete meses golpeando puertas, rogando que alguien del Estado se moviera con la urgencia que pedía una vida en riesgo.
Pero nada llegó a tiempo.
El hallazgo que rompió a un país
El 5 de diciembre de 2024, llega la peor noticia.
Andrés había sido asesinado.
Lo encontraron dentro de una tarrina plástica rellena de hormigón, en una zona boscosa del departamento de Florida.
Su cuerpo estaba completo, con su ropa y su calzado puestos, y presentaba lesiones compatibles con un crimen violento y premeditado.
Pero lo que viene después convierte la tragedia en indignación:
El cuerpo había sido encontrado el 6 de octubre.
Y el 7 de octubre ya lo habían enterrado como NN, sin esperar el resultado del ADN.
Porque, según le explicaron a su madre…
“ocupaba lugar”.
Una frase que ningún ser humano debería escuchar sobre alguien a quien ama.
Marcela, su madre, lo cuenta con un dolor que se siente incluso en las palabras escritas:
“Ese cuerpo que había abrazado a sus hijos… ‘ocupaba lugar’.
Esperaron dos meses para el match genético mientras él estaba enterrado como un desconocido.”
Fue ella quien reconoció la ropa de su hijo al exhumarlo, porque su estado no permitía reconocerlo físicamente.
Un crimen sin lógica, sin móvil, sin sentido
El asesinato de Andrés no encaja en ninguna hipótesis simple.
No tenía vínculos delictivos.
No tenía amenazas.
No tenía conflictos que permitieran prever un final así.
Su madre lo dice sin rodeos:
“Fue un crimen de odio. Brutal. Premeditado. Y sin ninguna razón que lo justifique.”
Las personas que lo vieron por última vez dieron declaraciones inconsistentes. Las líneas de investigación siguen abiertas, pero ninguna ha avanzado lo suficiente.
Los responsables siguen libres.
Las fallas del sistema
El caso deja expuesto algo que Marcela repite, aunque le duela:
“Un sistema agotado, empobrecido, deshumanizado.
Algunos funcionarios hacen lo que pueden, otros faltan a la verdad.”
Retrasos.
Pérdida de cámaras.
Negligencias.
Falta de coordinación.
Un cuerpo enterrado como NN sin esperar análisis.
Siete meses sin respuestas.
Un crimen sin resolver.
Y ella, sola contra todo.
Una madre convertida en investigadora, vocera, sostén de toda una familia rota.
El legado de Andresito
Detrás de la oscuridad, queda su luz.
La de un joven que vivió entre abrazos, fútbol, trabajo y cariño.
Un hombre que luchó contra sus propios dolores y siempre buscó salir adelante.
Su madre escribió estas palabras, y resuenan como un latido:
“Mi hijo era buena persona, deportista, muy querido. Necesito ayuda para que no quede en un triste olvido social.
Seguiré esperando esa llamada de Homicidios que traiga algo de justicia para mi hijo.”
Y hoy…?
Hoy el caso sigue abierto.
No hay detenidos.
No hay justicia.
No hay explicación.
Sólo una madre que se rehúsa a callar.
Una familia que se rehúsa a aceptar el silencio.
Y un país entero que debería preguntarse cómo un gurí bueno terminó así… sin que nadie dé respuestas.
Porque Andrés merece justicia.
Y su nombre merece ser recordado.
No como una estadística.
No como un expediente.
Sino como lo que fue:
Un hijo amado.
Un padre querido.
Un deportista.
Un vecino.
Un hombre de bien.
Un guerrero que siempre intentó.
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