Anna y Olivia Gimeno: las niñas de Tenerife que se convirtieron en símbolo de la violencia vicaria en España


La tarde del 27 de abril de 2021, en Tenerife, parecía una más dentro de una familia separada intentando recomponer rutinas. Ese día, Anna y Olivia Gimeno Zimmermann, de 1 y 6 años, debían pasar unas horas con su padre, Tomás Gimeno, y regresar con su madre, Beatriz Zimmermann, a la hora acordada. Nunca volvieron. Aquella noche empezó una búsqueda angustiosa que primero se contó como “secuestro parental” y que acabaría revelando algo mucho más oscuro: un caso de violencia vicaria que sacudió a toda España. 

Anna y Olivia eran dos niñas canarias de vida sencilla: colegio, parque, familia repartida entre casas pero unida por ellas. Olivia, la mayor, iba al colegio, quería ser “exploradora de animales marinos”; Anna, la pequeña, todavía era un bebé que se pegaba al cuerpo de su madre como si no quisiera soltarse del todo. Sus padres estaban separados, con una relación muy deteriorada, y ya había tensiones previas por la custodia y por el control que Tomás intentaba mantener sobre la vida de Beatriz. Ese caldo de fondo es clave para entender lo que vino después. 

Aquel 27 de abril, Tomás recogió a las niñas y las llevó primero a casa de los abuelos paternos, en Santa Cruz de Tenerife. Más tarde, según la investigación, se las llevó a su vivienda en Igueste de Candelaria. A Beatriz le dijo que iba a cenar fuera con las pequeñas, una excusa para ganar tiempo. Cuando llegó la hora de devolverlas, no lo hizo. Lo que sí hizo fue llamar a su ex pareja para lanzar un mensaje que todavía hoy hiela la sangre: le advirtió que no volvería a ver ni a las niñas ni a él, y que se “marchaba con ellas”. Aquella llamada marcó el punto de no retorno. 


Esa misma noche, las cámaras del Puerto Marina de Tenerife captaron a Tomás llegando a su lancha y cargando varias bolsas de deporte desde su coche hasta la embarcación. Zarpó alrededor de las 00:30. Horas después, a primera hora del 28 de abril, la Guardia Civil encontró el barco a la deriva y sin ancla cerca del Puertito de Güímar. Sobre la cubierta se localizaron restos de sangre —que luego se confirmarían como suyos— y no había rastro de las niñas. Al día siguiente apareció flotando en el mar una silla infantil de coche perteneciente a una de ellas. La palabra “accidente” empezaba a perder sentido. 

En un primer momento se activó una alerta internacional por sustracción de menores, con la hipótesis aún abierta de que Tomás hubiese huido con las pequeñas a otro país. Pero a medida que avanzaba la investigación, el relato cambiaba de forma inquietante. Un auto judicial acabó describiendo que el padre habría actuado con un plan premeditado, con el objetivo de provocar a la madre el mayor daño posible, arrebatando la vida a sus hijas y haciéndolas desaparecer en el mar. La orden de búsqueda y captura internacional pasó de hablar de “secuestro” a hablar de dos delitos agravados de homicidio, en el marco de violencia contra la mujer. 

La búsqueda en el océano fue una carrera contra la profundidad. El buque oceanográfico Ángeles Alvariño, del Instituto Español de Oceanografía, se incorporó a las labores el 29 de mayo de 2021. Sus sondas y robot submarino rastrearon un fondo marino abrupto, a más de mil metros, frente a la costa de Tenerife. El 8 de junio encontraron una botella de oxígeno y una funda nórdica propiedad de Tomás, señales que apuntaban al área donde se concentrarían los esfuerzos finales. Era una de las investigaciones más complejas a las que se había enfrentado la UCO, la misma unidad que resolvió los casos de Diana Quer, Asunta Basterra o Gabriel Cruz. 


El 10 de junio de 2021 llegó la noticia que nadie quería escuchar. A unas tres millas de la costa y a unos mil metros de profundidad, el robot del Ángeles Alvariño localizó dos bolsas deportivas lastradas con un ancla. Una de ellas estaba vacía; en la otra había un cuerpo infantil. Las huellas dactilares confirmaron rápidamente que se trataba de Olivia, la mayor de las hermanas. La otra bolsa, abierta, se cree que pudo contener a Anna, aunque jamás se encontraron su cuerpo ni restos de Tomás. Con ese hallazgo, la hipótesis de “desaparición” se derrumbó definitivamente. 

La autopsia practicada a Olivia determinó que murió por un edema agudo de pulmón, compatible con una asfixia mecánica por sofocación, es decir, que perdió la vida antes de ser arrojada al fondo del mar. El auto de la jueza de Violencia sobre la Mujer nº 2 de Santa Cruz de Tenerife fue contundente: Tomás Gimeno habría acabado con la vida de las niñas en su casa de Igueste y luego habría trasladado sus cuerpos al barco para hundirlos en el océano, todo ello con la finalidad de infligir a Beatriz un “dolor inhumano”. Se trataba, en palabras de juristas y expertas, de un caso extremo de violencia vicaria: herir a la madre a través de lo más sagrado, sus hijas. 

Mientras el mar devolvía respuestas a medias, la sociedad española vivía pegada a la pantalla. Informativos, programas especiales y prensa internacional siguieron el caso Anna y Olivia Gimeno día a día. Se organizaban concentraciones en plazas de toda España, velas encendidas en Tenerife, lazos morados y pancartas con sus nombres. Políticos de todos los partidos, la reina Letizia, artistas y deportistas mandaron mensajes de apoyo a la madre. Las fotos de las niñas —una con sonrisa amplia, la otra abrazada a su peluche— dieron la vuelta al mundo como símbolo del horror de la violencia contra los menores en contextos de maltrato de pareja. 


En medio de esa tormenta mediática, Beatriz Zimmermann encontró fuerzas para escribir una carta que se hizo viral. En ella pedía que la muerte de sus hijas “no fuera en vano” y reclamaba leyes más duras y más protección para los niños en situaciones de conflicto entre progenitores, especialmente cuando ya hay señales de control o maltrato. Pidió también borrar el apellido paterno del nombre de las pequeñas, para que el hombre que les arrebató la vida no quedara unido a ellas ni siquiera en los papeles: quería que fueran Olivia y Anna Zimmermann de Zárate. 

Con el tiempo, Beatriz se convirtió en una voz referencia contra la violencia vicaria. Participó en jornadas organizadas por el Parlamento de Canarias, pidió que quienes dañan a sus hijos sean “marginados socialmente” y que se vigile más a los menores cuando hay antecedentes de violencia de género. En octubre de 2022, Santa Cruz de Tenerife inauguró una escultura en bronce en homenaje a Anna y Olivia, en un parque infantil junto a la Plaza de España. La obra, del escultor Julio Nieto, muestra a dos niñas en actitud de ternura y complicidad; fue donada por una fundación local y se ha convertido en lugar de recuerdo y reflexión para vecinos y visitantes. 

Mientras tanto, la parte judicial sigue marcada por un gran vacío: Tomás Gimeno continúa en paradero desconocido. Todo apunta a que se quitó la vida en el mar después de hundir las bolsas, pero su cuerpo nunca fue hallado. La orden internacional de detención sigue técnicamente en vigor, ahora no solo por sustracción de menores, sino por dos delitos de homicidio agravado y otro de violencia de género. En la práctica, el océano se ha tragado al autor, dejando a la familia y al país sin un cierre formal en forma de juicio y condena. 




El eco del caso de Ana y Olivia llega hasta hoy. En 2025, el Gobierno español ha impulsado un anteproyecto de Ley Orgánica sobre violencia vicaria, que por primera vez define este tipo de agresión como delito específico, ejercido por parejas o ex parejas para dañar a la mujer a través de sus hijos, y prevé cambios en el Código Penal y en la Ley Integral de Violencia de Género. Aunque no se cita un solo caso, es evidente que historias como la de las niñas de Tenerife —junto a otras como las de José Bretón o Gabriel Cruz— han pesado en la conciencia colectiva que empuja ahora a cambiar las normas.


Hoy, cuando pronunciamos “caso Anna y Olivia Gimeno”, no hablamos solo de una tragedia familiar, sino de un punto de inflexión. Su historia obligó a poner nombre a algo que estaba ahí pero muchos no querían mirar: padres que utilizan a sus propios hijos como instrumentos de castigo contra las madres. Recordarlas no es recrearse en los detalles más oscuros, sino mantener encendida una alarma: la de que ninguna llamada, ninguna amenaza, ningún antecedente de control debería tomarse a la ligera cuando hay menores en medio. Porque detrás de las fotos de dos niñas sonrientes hay una pregunta que no debería olvidarse nunca: **¿qué habría pasado si el sistema las hubiera protegido a tiempo?**

Dispositivo de alarma personal de auxilio

En muchos de los casos que analizamos, la prevención y la visibilidad juegan un papel importante. Este tipo de dispositivos de alarma personal están diseñados para emitir un sonido fuerte y una luz intermitente cuando se activan.

Ver producto en Amazon

Leer más

Publicar un comentario

0 Comentarios