Beatriz Guijarro en Oliva, Valencia: la madrugada del 9 de agosto, las cámaras y el hallazgo en La Creu que aún deja preguntas

Beatriz Guijarro, vecina de Oliva (Valencia) y madre de dos niños, desapareció en la madrugada del 9 de agosto de 2025. En un pueblo donde la noche suele tener nombres y rutas conocidas, su ausencia se sintió desde el primer día como algo fuera de lugar: no era la típica “desconexión” de unas horas, sino un silencio que no encajaba con su vida cotidiana. La investigación se catalogó desde el inicio como una desaparición “inquietante”, y la comarca entera empezó a mirar con atención cada dato, cada imagen y cada testimonio. 

Las últimas horas reconstruidas públicamente se apoyan en dos pilares: el relato de su pareja y las cámaras de seguridad. Según contó su pareja, dueño de un bar en la plaza de San Roque, esa noche estuvieron juntos hasta pasada la medianoche, cerraron el local y caminaron unos metros antes de despedirse. Él afirmó que no la notó nerviosa ni alterada, y que ella subió hacia su casa. Lo que lo desconcertó después fue algo mínimo, casi íntimo: esa noche no llegó el mensaje habitual de “buenas noches”. 

Las cámaras, sin embargo, aportaron una narrativa todavía más inquietante porque mostraron un cambio claro en pocos minutos. En una de las grabaciones se ve a la pareja caminando por la plaza sobre las 00:34, y después, en otra cámara, Beatriz aparece ya sola, con otra ropa, el pelo recogido, una mochila a la espalda y el teléfono en la mano, avanzando con prisa, como si siguiera instrucciones o estuviera respondiendo a un mensaje que no podía ignorar. En una imagen posterior incluso se la ve casi tropezar al bajar un escalón sin apartar la vista de la pantalla. Esas imágenes quedaron como las últimas pruebas gráficas antes de que su rastro se apagara. 


Con el paso de los días, el caso sumó un elemento que descolocó aún más al entorno. Aunque al principio se pensaba que Beatriz no se había encontrado con nadie más, después apareció el testimonio de que habría estado con una familiar (descrita en algunas informaciones como prima hermana de su madre o “tía segunda”), y que se la vio marcharse con ella hacia una calle paralela en dirección a la carretera. En casos así, cada pieza nueva puede aclarar… o abrir un pasillo de sombras, porque lo que falta no es solo una persona: falta el minuto exacto en que todo cambió. 

Mientras Oliva se movilizaba con búsquedas, carteles y rumores inevitables, la investigación oficial siguió su curso. Y entonces, a principios de octubre, llegó el hallazgo que lo cambió todo: la Guardia Civil investigó la aparición de restos humanos calcinados en la montaña de La Creu, una zona de pinar muy cercana al casco urbano. El estado de los restos hacía imposible, en un primer momento, confirmar sexo o edad, por lo que se ordenaron autopsia y análisis forenses (incluyendo ADN) para determinar la identidad. 

La noticia golpeó doble por el lugar. La Creu no era un punto cualquiera del mapa: era el mismo entorno donde se le perdió la pista, un área que además había sufrido un incendio forestal el 4 de septiembre, con medios aéreos y trabajos intensos por la cercanía de las llamas al núcleo de población. La coincidencia —una desaparición en agosto y un hallazgo calcinado en una zona que ardió en septiembre— hizo que la sensación de “casualidad” resultara difícil de tragar para mucha gente, aunque la investigación, en esos días, insistía en que no se descartaba ninguna hipótesis. 


El 3 de octubre de 2025 llegó la confirmación que nadie quería leer: el cuerpo hallado en La Creu era el de Beatriz Guijarro. Según Cadena SER (a través de fuentes de investigación citadas por Europa Press), la identificación se complicó por el incendio de septiembre y las lluvias, y también por el estado de los restos, lo que dificultaba incluso concretar la causa exacta. En paralelo, otras reconstrucciones señalaron que la confirmación se apoyó en análisis forenses y, entre ellos, cotejos odontológicos. 

Ese mismo día se instaló otra frase que todavía hoy divide opiniones: los investigadores apuntaron como principal hipótesis a una muerte accidental, posiblemente por una caída en la montaña. Dicho así, suena “simple”, pero el caso no se volvió simple con esa posibilidad: al contrario, se llenó de nuevas preguntas. ¿Por qué subió allí de madrugada? ¿Iba sola o acompañada? ¿Qué la llevó a avanzar tan deprisa mirando el teléfono? ¿Qué ocurrió en el hueco entre la última cámara y el silencio definitivo? 

El hallazgo también trajo un detalle importante para la investigación: junto a los restos se localizaron objetos personales que ayudaron a orientar la identificación y el trabajo de Policía Judicial. En la cobertura del caso se habló de la presencia de pertenencias como el móvil y una tarjeta, elementos que, en una investigación real, no son “anécdotas”: son piezas que permiten reconstruir trayectorias, tiempos y contactos, incluso cuando el resto de la escena está alterado por el entorno. 


A nivel social, el golpe más duro fue otro: la sensación de que la zona ya había sido revisada antes. La familia y vecinos expresaron indignación porque, según contaban, se habían realizado batidas y rastreos en ese mismo entorno, primero por la desaparición y después tras el incendio. Antena 3 recogió ese desconcierto que se escucha a menudo cuando un caso termina así: “¿cómo puede ser que estuviera ahí y no se viera antes?”. A veces la respuesta está en la vegetación, en los desniveles, en las lluvias, en el fuego… pero el dolor no entiende de explicaciones técnicas. 

El País, cuando se investigaba el hallazgo y aún no había identificación definitiva, ya explicaba la dificultad de acceder al paraje y el despliegue de los equipos forenses con mochilas y utensilios en una zona de monte. Ese tipo de detalle, aparentemente menor, describe bien el escenario: no es una calle con farolas ni un terreno plano; es un lugar donde un paso en falso, una caída o un accidente pueden ocultarse a la vista, y donde también es más difícil fijar certezas rápidas. 

Con la confirmación, el caso pasó de “desaparición” a “muerte bajo investigación”, y el debate se abrió en dos direcciones: quienes creen que todo apunta a un accidente, y quienes sienten que hay demasiadas rarezas como para cerrar la historia con una sola palabra. Y aunque los focos mediáticos se mueven rápido, lo que quedó en Oliva es más lento y más pesado: una familia enfrentando el final más duro, y un pueblo intentando ordenar una madrugada llena de huecos. 


A diciembre de 2025, lo verificable es esto: Beatriz desapareció la madrugada del 9 de agosto de 2025, fue captada por cámaras primero acompañada y luego sola con un cambio de ropa, y sus restos fueron hallados en La Creu a inicios de octubre, siendo identificada el 3 de octubre; la hipótesis principal difundida por fuentes de investigación fue la de una muerte accidental, aunque el caso se presentó públicamente con incógnitas relevantes sobre el “por qué” de su presencia en el monte y el tramo final sin cámaras. 

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