Caso Rossmery Torrijos (Toledo): la madre de 39 años, el grito que oyó el vecindario y la prisión provisional por violencia machista


Rossmery no era un titular: era una madre de 39 años, una mujer peruana, alguien que estaba intentando sostener su vida cotidiana con tres hijos alrededor y una relación que, por dentro, ya se había ido llenando de miedo y control. En Torrijos, su nombre quedó clavado en la memoria por una razón terrible: el día que su casa dejó de ser hogar y se convirtió en escena de una pérdida irreversible. 

La mañana del miércoles 3 de diciembre de 2025, en Torrijos (Toledo), Rossmery perdió la vida en su domicilio tras una agresión con arma blanca. La Guardia Civil detuvo a su pareja/expareja, un hombre de 45 años, y las primeras informaciones confirmaron algo que nunca debería ocurrir: dos hijos menores presenciaron lo sucedido. 

La casa estaba en la calle Cirilo Montero, un punto concreto que, desde ese día, pesa distinto para los vecinos. No fue una tragedia lejana ni escondida; el barrio escuchó. Un vecino contó que oyó la voz de Rossmery pidiendo auxilio, suplicando que llamaran a la Policía, y esa clase de grito no se borra: se queda pegado a la pared y vuelve en forma de eco cada vez que alguien recuerda. 

La llegada de los servicios de emergencia fue rápida, pero se toparon con otra realidad frecuente en este tipo de casos: una puerta cerrada y la urgencia de entrar. Según las crónicas, los agentes tuvieron que acceder por la fuerza. Cuando el sistema llega, muchas veces ya llega tarde; y la familia se queda con una pregunta que quema por dentro: “¿y si hubiera habido una señal antes, un paso antes, una intervención antes?”. 


Rossmery tenía tres hijos. Dos de ellos, de 3 y 8 años, estaban en casa. La hija mayor, de 17, se encontraba en el instituto. Los menores recibieron atención psicológica tras lo ocurrido, porque hay heridas que no se ven y aun así cambian la vida completa: aprender demasiado pronto que el miedo puede vivir bajo el mismo techo. 

El hombre detenido, identificado en algunos medios como “Franklin”, fue trasladado al Hospital Universitario de Toledo con lesiones que se habría causado a sí mismo tras los hechos, y permaneció bajo custodia. En estos casos, los detalles clínicos importan menos que lo esencial: una mujer ya no vuelve, una familia queda rota, y la justicia debe reconstruir la verdad con pruebas, tiempos y responsabilidades. 

Hay un dato especialmente doloroso que se repite en demasiadas historias: no constaban denuncias previas y, según confirmación oficial citada por prensa, ninguno figuraba en el sistema VioGén. Que no haya denuncia no significa que no hubiera daño; muchas veces significa que el daño se vivía en silencio, o que el miedo, la dependencia y la esperanza de “que cambie” impidieron dar el paso. 


Aun así, Rossmery sí estaba buscando salida. La Cadena SER recogió que estaba recibiendo apoyo en el Centro de la Mujer de Torrijos para poner fin a la relación, y que el 25 de noviembre de 2025, en un taller de sensibilización por el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, había participado recientemente. Es de las cosas más tristes: cuando alguien se está acercando a la ayuda… y aun así no llega a tiempo. 

La consejera de Igualdad de Castilla-La Mancha, según esa misma información, habló de “violencia verbal” y de un “gran control” en la relación. El control suele disfrazarse de “celos” o de “preocupación”, pero su efecto es el mismo: va achicando la vida de la víctima, recortando su aire, aislándola poco a poco hasta que pedir ayuda parece más difícil que aguantar. 

A nivel judicial, el caso avanzó con rapidez en los primeros días. El Tribunal de Instancia nº 1 de Torrijos decretó prisión provisional comunicada y sin fianza para el detenido, imputándole de forma provisional un delito de asesinato (calificación que puede concretarse con la investigación). También acordó la suspensión de la patria potestad y la prohibición de acercamiento o comunicación con los menores. 

El hombre declaró por videoconferencia desde el hospital, según las informaciones, y el procedimiento quedó en manos del juzgado con competencia en violencia de género. En esta fase, todo importa: peritajes, testimonios, mensajes, tiempos. Pero para la familia de Rossmery lo que pesa no es el lenguaje del auto; lo que pesa es la silla vacía, la casa que ya no se siente casa, y la infancia de tres hijos que tendrá que aprender a seguir. 


El País vinculó este crimen a un patrón repetido en los días previos: mujeres con hijos menores y procesos de separación o ruptura. No es casualidad. Cuando una mujer intenta irse, el agresor puede interpretar esa decisión como una pérdida de poder, y ahí es donde el riesgo se dispara: aparecen amenazas, vigilancia, castigos, intentos de “último control”. 

En Torrijos, vecinos describieron a la familia como “integrada” y sin señales evidentes desde fuera. Esa es otra lección amarga: la violencia en la pareja no siempre se ve en la escalera. A veces se esconde en lo doméstico: en el miedo a contrariar, en el silencio aprendido, en pedir perdón sin saber por qué, en mirar el móvil antes de hablar, en justificar lo injustificable para evitar una discusión peor. 

Cuando se cuenta el caso de Rossmery, conviene hacerlo sin convertir el dolor en espectáculo. El centro es ella: una mujer que buscaba orientación, una madre con tres hijos, una vida real que merecía protección y futuro. Y también el impacto: niños que necesitarán acompañamiento emocional durante años, familiares que se quedarán atrapados en la fecha, y una comunidad que entiende de golpe que la violencia machista no es un “tema” abstracto, sino una puerta que se rompe y un grito que se oye desde el piso de arriba. 


Si este caso deja señales útiles, son las que suelen aparecer antes de que todo estalle: control del teléfono, aislamiento de amistades, humillaciones, miedo a “cómo se va a poner”, vigilancia, amenazas veladas en plena ruptura, y la frase que debería encender todas las alarmas: “no se lo cuentes a nadie”. Si estás viviendo algo así, hablarlo no te hace débil: te abre una salida. Y si conoces a alguien en esa situación, acompañar sin juzgar puede salvarle el aire.

En España, si hay peligro inmediato, llama al 112. Para apoyo y orientación en violencia contra las mujeres está el 016 (también WhatsApp 600 000 016). Y si la situación te está desbordando emocionalmente, el 024 atiende crisis. Recordar a Rossmery no es repetir su tragedia: es insistir en que ninguna mujer debería “aguantar” hasta que ya no queda tiempo, y que pedir ayuda —a tiempo— puede ser la diferencia entre volver a casa o quedarse para siempre en una ausencia. 

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