Cuando una mujer dice “tengo miedo”, no está pidiendo que la tranquilicen: está dejando una señal. A Sayuri Valencia, colombiana de 36 años, esa señal le salió por fin en voz alta, según contó su entorno, y aun así el mundo no alcanzó a llegar a tiempo. Lo que ocurrió en L’Hospitalet de Llobregat la madrugada del 9 de diciembre de 2025 no fue un “drama privado”: fue un final irreversible que reventó una familia y volvió a recordarnos lo más duro de la violencia en pareja: que a veces avanza en silencio, hasta que ya no deja margen.
Sayuri había migrado a España buscando trabajo y estabilidad. Según la Cadena SER, llevaba dos años en el país y su vida se sostenía con una rutina de esfuerzo constante, de esas que no suelen salir en las noticias: levantarse, trabajar, enviar apoyo a los suyos, y aguantar la nostalgia como se aguanta el cansancio. En Colombia quedaron sus tres hijos, dos de ellos menores, y esa distancia —la de criar desde lejos— convierte cada jornada laboral en una promesa: “esto es por ustedes”.
En el día a día, Sayuri no estaba sola. Vivía en un piso de la calle Santa Eulàlia de L’Hospitalet, compartiendo hogar con su tía y su prima, que terminarían siendo también quienes sostuvieron las primeras horas del horror. Ese detalle importa, porque a veces la violencia se cuela incluso cuando hay más gente en casa: se adapta, espera el momento, y convierte el hogar en un lugar donde el cuerpo está, pero la tranquilidad ya no vive.
El hombre detenido por el caso fue su pareja, Leonardo, de 46 años, también de origen colombiano, según informaron varios medios. La SER explicó que él llegó a España en marzo de 2025, unos nueve meses antes, y se instaló en ese mismo piso. Y es aquí donde vuelve la frase que duele: Sayuri habría dicho a una familiar que “tenía miedo”. A veces, esa confesión es lo único que una víctima logra entregar al mundo antes de que todo se rompa.
La madrugada del 9 de diciembre, a las 6:30, los Mossos d’Esquadra recibieron el aviso de una discusión en la vivienda. Un familiar que vivía en la misma finca alertó de la pelea, y en esos minutos se cruzaron dos realidades: la de quienes todavía creen que “se calmará” y la de quienes sienten, por dentro, que algo ya se está yendo demasiado lejos.
Cuando la policía llegó, Sayuri ya no pudo ser salvada. Las informaciones coinciden en que presentaba heridas graves y que la escena confirmaba una agresión dentro del domicilio. No hace falta detallar más para entender el tamaño del vacío: una mujer joven perdió la vida, y con ella se cayó una estructura entera —sus hijos, su familia en Colombia, su tía y su prima en Barcelona—, todos obligados a aprender a vivir con una ausencia que no debería existir.
Leonardo fue detenido poco después, cerca del lugar, acusado de haberle quitado la vida a su pareja. El caso se investiga como violencia machista y, según El País, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña indicó que no constaban antecedentes judiciales por violencia en la pareja. Ese dato, repetido una y otra vez en casos similares, no significa “no pasaba nada”: significa que lo que pasaba no llegó a convertirse en denuncia, y ahí es donde el peligro encuentra su mejor escondite.
La respuesta institucional llegó con comunicados y gestos públicos. Medios locales señalaron que el Ayuntamiento decretó 24 horas de luto y convocó una concentración de rechazo, mientras la Generalitat también condenó lo ocurrido. El País recordó además que, de confirmarse oficialmente como crimen machista, Sayuri pasaba a ser la víctima número 45 en 2025 y una cifra que ya pesa como una losa desde 2003. Pero el número nunca explica lo esencial: que detrás hay una vida real y una familia que queda rota.
Y mientras la ciudad organizaba minutos de silencio, abajo, en la calle, estaba la parte que casi nunca se cuenta. La SER relató que fueron su tía y su prima —compañeras de piso— quienes tuvieron que llamar a los padres de Sayuri en Colombia para dar la noticia, y que durante esas horas no recibieron el acompañamiento psicológico inmediato que cualquiera desearía en una escena así. Hay dolores que no deberían atravesarse a la intemperie, y sin embargo se atraviesan.
Desde Colombia, el golpe fue doble: perderla y perderla lejos. Varios medios colombianos hablaron del pedido de apoyo para trámites y despedida, una lucha paralela que aparece siempre que la víctima es migrante: además del duelo, toca la burocracia, el dinero, los papeles, el viaje imposible. En estos casos, incluso decir adiós puede convertirse en una carrera cuesta arriba.
La historia de Sayuri también deja expuesta una fragilidad específica: la de las mujeres que migran con redes pequeñas, jornadas largas y mucha presión encima. Cuando una relación se vuelve controladora, el aislamiento se amplifica: menos familia cerca, menos amistades de toda la vida, más miedo a “meterse en líos”, más tentación de aguantar. No es una debilidad personal; es un contexto que puede volverse jaula si la violencia entra en casa.
Por eso conviene detenerse en las señales que suelen aparecer antes del final: control del teléfono, celos convertidos en vigilancia, humillaciones que van “bajando” la autoestima, presión para alejarse de amistades, discusiones que escalan, y frases que suenan a amenaza aunque vengan disfrazadas de “broma”. Y, sobre todo, esa confesión que nunca debe tratarse como exageración: “tengo miedo”. Si alguien la dice, hay que creerla y actuar con cuidado.
A veces quienes pueden marcar diferencia no son los expertos, sino el entorno: una vecina que escucha, una amiga que insiste, una familia que no suelta. Si hay gritos, golpes o peligro evidente, no se negocia con la duda: se llama a emergencias. Si una mujer te cuenta que vive control o miedo, no se le pide paciencia ni “comprensión”: se le ofrece compañía, un lugar seguro, y ayuda para conectar con recursos profesionales. El silencio, en estos casos, nunca es neutral.
Y si tú estás dentro de una relación que te hace sentir pequeña, vigilada o en riesgo, hay algo que puede salvarte incluso cuando todo parece confuso: no quedarte sola. Habla con alguien de confianza, acuerda una palabra clave para pedir ayuda, guarda documentos importantes en un lugar accesible, y si hay amenazas o episodios graves, busca apoyo especializado. Pedir ayuda no es “armar un problema”: es abrir una puerta cuando el aire empieza a faltar.
En España, los recursos están para usarse: 016 (también WhatsApp 600 000 016 y correo 016-online@igualdad.gob.es) para información y apoyo; y si hay peligro inmediato, 112. También puedes usar ALERTCOPS si no puedes hablar y necesitas enviar una alerta con ubicación. Y si eres familiar o amigo, recuerda: llamar y acompañar puede ser la diferencia.
Sayuri Valencia no debería quedar como un nombre más en una lista. Era una mujer que trabajaba para sostener a sus hijos, una persona con futuro, y una ausencia que ahora se multiplica en tres vidas pequeñas que crecerán sin su voz. Contar su caso con verdad y respeto es, también, una forma de prometer algo: que cuando alguien diga “tengo miedo”, el mundo aprenda —por fin— a escucharlo como lo que es.
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