Desaparición de Gina D.S.C en El Prat de Llobregat: búsqueda urgente y posible sustracción parental (diciembre de 2025)


El Prat de Llobregat es una ciudad acostumbrada al tránsito: trenes, aviones, gente que va y viene. Pero hay un tipo de ausencia que no se confunde con el movimiento normal de la vida: la de una niña que no vuelve a casa cuando debería. Desde el sábado 13 de diciembre de 2025, la desaparición de Gina D.S.C, de cinco años, se ha convertido en una búsqueda contrarreloj en Cataluña. 

Gina no desapareció “sin más” en mitad de la calle. Según la información publicada, el caso se enmarca en un régimen de visitas entre progenitores, y la alarma se activó cuando ese intercambio pactado no se cumplió. En historias así, lo más duro no es solo la incertidumbre: es el detalle de saber que todo estaba calendarizado, previsto, preparado… y aun así el mundo se torció. 

La rutina estaba marcada con precisión: visitas cada 15 días, durante viernes, sábado y domingo, sin pernocta, tal y como explicó la madre en declaraciones a prensa. Durante más de un año, ese sistema se había cumplido, y por eso el quiebre resultó todavía más inquietante: cuando algo “nunca falla”, la mente tarda un instante en aceptar que esta vez sí falló. 


El punto de entrega era, además, un lugar simbólicamente seguro: delante de una comisaría de los Mossos d’Esquadra, y la hora prevista era las siete de la tarde del sábado. Pero ese día, el padre no acudió a devolver a la menor y, desde entonces, el paradero de ambos quedó en sombra. 

La madre relató que el teléfono del padre estaba desconectado desde la mañana del sábado, un detalle que, en una desaparición, pesa como una puerta cerrada desde dentro. Lo que para cualquiera es un gesto cotidiano —apagar el móvil—, en este contexto se convierte en una señal de riesgo, porque corta el hilo más básico: el de poder preguntar “¿dónde están?”. 

La denuncia formal por la desaparición se presentó el domingo, y desde ese momento la policía catalana abrió diligencias y pasó a investigarlo como un delito de sustracción parental (lo que en términos simples implica que, según la denuncia, la niña estaría con uno de sus progenitores fuera de lo establecido). Esa etiqueta legal no calma a una familia: solo pone nombre al tipo de pesadilla que están viviendo. 


Para ampliar la búsqueda, la madre autorizó la difusión de la imagen de Gina, y organizaciones como SOS Desaparecidos compartieron un cartel con datos básicos. En estos casos, la difusión responsable puede ser una ventana real: no para alimentar rumores, sino para que alguien reconozca un rostro y llame al número correcto. 

En ese material divulgativo se describe a Gina como una niña de 1,05 metros, con el pelo rubio y rizado. Son detalles sencillos, pero decisivos: cuando una menor está desaparecida, la diferencia entre “me pareció verla” y “sí, era ella” puede estar en una característica mínima que alguien recuerda a tiempo. 

Los medios que han seguido el caso también difundieron datos del padre (edad 36 años y rasgos físicos) porque la investigación lo sitúa como la persona con la que habría desaparecido la niña. Aun así, lo importante es entender el marco: esa información se publica para localización, no para linchamientos; la colaboración ciudadana útil es la que llega a la policía, no la que se queda en redes convertida en juicio. 


Con el paso de las horas, el operativo se amplió. Informativos y fuentes policiales han señalado vigilancia en puertos, aeropuertos, estaciones y pasos fronterizos, precisamente por la posibilidad de una salida de España. Cuando una desaparición apunta a un posible traslado, el mapa deja de ser un barrio y se vuelve un país entero. 

Esa hipótesis se alimenta de datos que la propia madre mencionó públicamente: el padre es de nacionalidad argentina y tendría familia en Italia, por lo que los Mossos trataban de comprobar si pudo abandonar el territorio. En paralelo, otras informaciones periodísticas hablaron de una pista del vehículo que se perdería en Ripoll, sin que eso signifique, por sí solo, una respuesta definitiva. 

El contexto familiar, además, estaba lejos de ser tranquilo. La madre explicó que había denunciado al padre por maltrato psicológico, y que existía un juicio previsto para febrero, elementos que, sin entrar en detalles íntimos, ayudan a dimensionar por qué esta desaparición se vive con un temor tan profundo: no es solo “que no volvió”, es lo que podría estar detrás. 


En ese mismo relato, la madre utilizó un término especialmente duro: violencia vicaria, cuando el daño se dirige hacia los hijos para herir a la madre. Es importante decirlo con cuidado: cada caso requiere que la justicia determine hechos, pero escuchar estas expresiones permite entender el tamaño del miedo de quien denuncia, y por qué insiste en que no se trata de una simple “demora”. 

Mientras tanto, la ciudadanía hace lo que puede: compartir, mirar dos veces, preguntar, intentar ayudar. Pero en desapariciones de menores, lo que realmente suma es actuar con cabeza fría: si alguien cree haber visto a Gina o a su padre, lo indicado es llamar de inmediato al 112 y dar ubicación y detalles, sin confrontar ni improvisar seguimientos que puedan poner en riesgo a la menor. 

También es crucial frenar un veneno muy común: la desinformación. En redes suelen circular “avistamientos” sin confirmar, capturas viejas, imágenes de otros casos o datos alterados. Difundir solo información contrastada —y remitir cualquier pista a las autoridades— protege la búsqueda y evita que el ruido tape lo único que importa: encontrar a Gina.

Si estás en España y tienes cualquier información verificable, llama al 112. Además, para desapariciones de menores existe el 116000, la línea europea gestionada en España por Fundación ANAR y coordinada con el Ministerio del Interior, operativa 24/7; y puedes apoyarte en herramientas oficiales como AlertCops para contactar y compartir ubicación con Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Ojalá esta historia tenga un cierre distinto: el de una niña de vuelta en brazos seguros, y una familia respirando otra vez. 

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