La Trampa en la Niebla: El Adiós Forzado de Paulina Gallo en la Vía Alóag


Paulina Andrea Gallo Velásquez, de 43 años, había construido su vida sobre la vocación de servicio. Como funcionaria del Ministerio de Salud Pública en el Centro de Salud de Guamaní, al sur de Quito, su rostro era sinónimo de cuidado y estabilidad para sus pacientes y colegas. Era una mujer independiente, descrita por su entorno como responsable y dedicada, alguien que no solía dejar cabos sueltos ni faltar a sus compromisos sin aviso. Sin embargo, en diciembre de 2025, esa rutina inquebrantable se topó con una oscuridad que nadie vio venir, disfrazada de afecto reciente.

La pesadilla comenzó el viernes 12 de diciembre de 2025, una fecha que su familia no podrá borrar jamás. Paulina fue vista por última vez en el sector de Quitumbe, al sur de la capital, conduciendo su vehículo Hyundai negro, un bien que le había costado esfuerzo conseguir. Lo que parecía ser el inicio de un fin de semana normal se transformó en un silencio absoluto: no regresó a casa, no contestó llamadas y su rastro digital se apagó abruptamente.

La ausencia de Paulina encendió las alarmas de inmediato. Sus hijos y familiares, al encontrar su vivienda en el sector El Conde desordenada y vacía, supieron que algo grave había ocurrido. No era propio de ella desaparecer. La denuncia por desaparición involuntaria movilizó a la Dinased y generó una campaña desesperada en redes sociales, donde su fotografía se compartió miles de veces con la esperanza de que alguien hubiera visto su auto o su rostro.


Mientras la búsqueda se intensificaba en Quito, los responsables de su ausencia se movían con la frialdad de quien cree tener un plan perfecto. Las investigaciones policiales apuntaron rápidamente hacia una figura reciente en la vida de Paulina: Fabián Arturo C. D., un hombre de 35 años, custodio de profesión, con quien ella había iniciado una relación sentimental apenas un mes atrás. La confianza, ese puente necesario para el amor, se había convertido en la vía de acceso para su verdugo.

El rastro de los sospechosos llevó a las autoridades lejos de la capital, hasta la ciudad costera de Manta, en la provincia de Manabí. Allí, la noche del 19 de diciembre de 2025, mediante un operativo urgente, la policía detuvo a Fabián Arturo y a su presunto cómplice, Juan Pablo V. Ch. Este último, vinculado según las investigaciones a grupos de delincuencia organizada como "Los Choneros", añadía un componente de peligrosidad sistémica al caso.

La detención de los sospechosos rompió el hermetismo sobre el destino de la enfermera. Uno de los procesados, acorralado por las evidencias, ofreció una declaración reveladora que heló la sangre de los investigadores: Paulina ya no estaba con vida. Confesó que la habían atacado y que su cuerpo había sido abandonado en un lugar donde la geografía y el clima suelen conspirar para ocultar secretos.


El sábado 20 de diciembre de 2025, siguiendo las coordenadas obtenidas, los equipos de búsqueda se dirigieron al kilómetro 20 de la vía Alóag–Santo Domingo. En esa carretera, conocida por sus abismos y su neblina eterna, encontraron el cuerpo sin vida de Paulina. La confirmación forense destruyó la última esperanza de su familia, transformando la angustia de la desaparición en el dolor irreparable del luto.

El móvil del crimen destapó una crueldad mercantilista. La Fiscalía sostiene que Paulina no fue víctima de un arrebato pasional, sino de un plan premeditado para robarle. Fabián Arturo y su cómplice habrían orquestado su desaparición con el objetivo principal de sustraerle su dinero y su vehículo Hyundai negro, el cual intentaron vender tras el crimen. La vida de una mujer trabajadora fue tasada y descartada por el valor de un auto usado.

La audiencia de formulación de cargos se llevó a cabo entre el 21 y el 22 de diciembre. La justicia dictó prisión preventiva para ambos detenidos por los delitos de desaparición involuntaria y robo con resultado de muerte, aunque la Fiscalía ya anticipó una posible reformulación de cargos hacia el delito de femicidio, dada la relación sentimental y la violencia ejercida.


El caso de Paulina Andrea Gallo Velásquez golpeó la conciencia de un país que cerraba el 2025 con cifras récord de violencia de género. Su muerte no fue un hecho aislado, sino parte de una estadística sangrienta de más de 300 mujeres asesinadas ese año. Nos recordó que el peligro más letal a veces no está en un callejón oscuro, sino en la persona a la que le abres la puerta de tu intimidad.

En el Centro de Salud de Guamaní, el vacío que deja Paulina es inmenso. Sus compañeros y pacientes la recuerdan no por la tragedia de su final, sino por la calidez de su servicio. Sin embargo, la indignación es palpable: ¿cómo es posible que una relación de un mes sea suficiente para sentenciar a muerte a una mujer?

La familia Gallo Velásquez, ahora bajo medidas de protección de la Fiscalía, enfrenta el proceso judicial con la exigencia de la pena máxima. No quieren que el nombre de Paulina se pierda en los archivos judiciales. Su lucha es para que la "vía Alóag" no sea recordada solo como un cementerio de víctimas anónimas, sino como el lugar donde se encontró la prueba para condenar a los culpables.


Hoy, la historia de Paulina nos obliga a reflexionar sobre la vulnerabilidad extrema en la que se encuentran las mujeres frente a la violencia económica y machista. Nos enseña que los depredadores modernos a menudo usan la máscara del amor romántico para acceder a los recursos de sus víctimas, dejando tras de sí familias rotas y futuros cancelados.

El Hyundai negro de Paulina puede ser recuperado, pero su risa, su trabajo y su presencia en casa son irremplazables. Mientras sus asesinos esperan juicio en prisión, la sociedad ecuatoriana tiene la tarea de no olvidar, de nombrar a Paulina Andrea Gallo Velásquez y exigir que la justicia sea tan implacable como lo fue su ausencia.

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