La vecina, el congelador y once tatuajes: el estremecedor caso de Carol Maltesi en Italia


El 21 de marzo de 2022, en una carretera de montaña cerca de Paline di Borno, en el norte de Italia, un conductor vio algo raro al borde de un barranco: varias bolsas negras, rotas, con restos humanos en su interior. No había documentación, ni rostro reconocible, ni nombre. Durante horas, los medios hablaron de “la mujer sin identidad del Bresciano”. Solo más tarde, gracias a una serie de tatuajes fotografiados por los investigadores, esa desconocida recuperaría su nombre: Carol Maltesi, 26 años, madre de un niño y conocida en internet con el alias de Charlotte Angie. 

Antes de convertirse en el centro del “caso Carol Maltesi”, Carol era una joven italo-holandesa que intentaba encajar varias vidas en una sola: dependienta en una tienda, bailarina en locales, madre de un niño pequeño y, a partir de la pandemia, creadora de contenido para adultos en plataformas como OnlyFans. Vivía en Rescaldina, en la provincia de Milán, y se movía entre rodajes, directos y viajes, siempre con un objetivo claro: ganar suficiente dinero para poder mudarse a la zona de Verona y estar más cerca de su hijo, que vivía allí con el padre. 

En ese edificio de Rescaldina vivía también Davide Fontana, 45 años, empleado de banca milanés, vecino y colaborador ocasional de Carol. Lo que empezó como una mezcla de fan, amigo y socio terminó siendo una relación sentimental intermitente: él participaba en algunos de sus vídeos, la ayudaba con fotos y rodajes, y frecuentaba su piso con naturalidad. De puertas afuera, un vecino solícito. De puertas adentro, alguien que, según las sentencias, fue acumulando una mezcla de dependencia y celos mientras ella hablaba cada vez más de irse a vivir a Veneto, cerca de su hijo. 


A finales de 2021, esa decisión de mudarse se convirtió en punto de choque. Según las motivaciones judiciales, Fontana vivió como una amenaza la idea de que Carol dejara Milán para empezar de cero con su hijo y nuevos proyectos en Verona. En ese contexto, los jueces de apelación han considerado probado que creó un perfil falso en OnlyFans, haciéndose pasar por otro cliente para contratar con Carol un vídeo de contenido extremo, pactado para rodarse en su casa de Rescaldina el 10–11 de enero de 2022. Para el tribunal, ese engaño fue la prueba más clara de una premeditación fría, no de un arrebato. 

La reconstrucción judicial sitúa el final de Carol en la mañana del 11 de enero de 2022. Durante la grabación de ese vídeo privado, con la joven atada según lo pactado, Fontana la golpeó repetidamente en la cabeza con un martillo y le causó una herida profunda en el cuello con un cuchillo, lesiones que los forenses consideran letales. A partir de ahí, el caso entra en una zona que cuesta incluso escribir: en lugar de pedir ayuda o avisar a emergencias, el vecino convirtió el piso de Carol en el escenario de una ocultación larga, calculada y casi industrial.

En las semanas siguientes, Fontana compró por internet un arcón congelador, trasladó allí el cuerpo y siguió haciendo vida normal: trabajaba en el banco, se veía con amigos, hablaba con conocidos de Carol como si nada hubiera pasado. Paralelamente, según la investigación, se apoderó del teléfono de la joven, se hizo pasar por ella en mensajes y llamadas, pagó el alquiler de su piso para que nadie desconfiara y mantuvo activa su presencia digital, construyendo la ilusión de que Carol estaba “de viaje” o “a punto de volver”. 


En marzo de 2022, cuando la ausencia empezaba a ser insostenible, Fontana dio el siguiente paso. Alquiló una casa en el norte de Italia, intentó deshacerse de los restos mediante fuego —sin conseguirlo del todo— y finalmente condujo hasta Paline di Borno, en la montaña, donde arrojó varias bolsas de plástico por un talud, a pocos metros de una carretera secundaria. Once tatuajes distribuidos por el cuerpo, fotografiados por los carabineros y difundidos de forma interna, serían la clave para devolverle una identidad a la “donna di Borno”: amigos y familiares reconocieron esos dibujos en la piel de Carol y avisaron a la policía.

Mientras tanto, en Rescaldina, la versión oficial de Davide Fontana era que Carol se había ido a vivir a otro lugar y que él apenas sabía nada. Cuando los investigadores empezaron a tirar del hilo de los tatuajes y a cruzar datos con las últimas conexiones telefónicas, el círculo se cerró deprisa: el rastro del móvil de Carol apuntaba al entorno de Fontana, igual que algunos pagos y movimientos. A finales de marzo, el propio Davide se presentó en comisaría para “denunciar la desaparición” de la joven; en el interrogatorio, las contradicciones fueron tantas que terminó confesando su responsabilidad en su muerte y en la manipulación del cuerpo. 

El caso Carol Maltesi estalló en los medios italianos con una mezcla incómoda de morbo y estigma. Muchos titulares redujeron su vida a su trabajo en el cine para adultos, y parte del debate público se contaminó de prejuicios sobre su elección profesional, hasta el punto de que organizaciones de derechos de las mujeres denunciaron un “proceso a la víctima” incluso en las motivaciones de la primera sentencia. En junio de 2023, la Corte d’Assise de Busto Arsizio condenó a Davide Fontana a 30 años de prisión por homicidio y destrucción y ocultación de cadáver, pero descartó las agravantes de premeditación, motivos abyectos y especial crueldad, algo que fue recibido como una injusticia por buena parte de la opinión pública. 


En paralelo, el tribunal autorizó incluso que el caso se enviara al Centro de Justicia Reparadora de Milán para evaluar un eventual programa de “giustizia riparativa” con víctimas indirectas, convirtiendo a Fontana en uno de los primeros condenados por un crimen tan grave en acceder a ese circuito. Para la familia de Carol y para muchos colectivos feministas, la combinación de una pena menor de la solicitada (la fiscalía pedía cadena perpetua) y la apertura a programas de reinserción sonó casi a burla: otra vez, la vida de una mujer quedaba relativizada por cómo la miraba el sistema.

La fiscalía recurrió. En febrero de 2024, la Corte d’Assise d’Appello de Milán revisó el caso y fue durísima: reconoció las agravantes de premeditación y crueldad, y elevó la condena de Davide Fontana a ergastolo, la cadena perpetua italiana. Meses después, en septiembre de 2024, la Corte de Casación anuló parcialmente ese fallo solo en lo relativo a la premeditación, ordenando un nuevo juicio de apelación limitado a ese punto técnico. Pero ni siquiera ese respiro jurídico cambiaría el desenlace final para el banquero de Rescaldina.

El 15 de mayo de 2025, en el llamado “appello bis”, la Corte d’Appello de Milán confirmó de nuevo la cadena perpetua para Davide Fontana, reconociendo otra vez la premeditación como agravante. En las motivaciones, los jueces subrayan el falso perfil en OnlyFans, la cita organizada bajo identidad ficticia, la compra del congelador y la planificación de la ocultación como elementos que no dejan margen para hablar de “perder el control”. En la vista, Fontana pidió perdón a la familia de Carol y al hijo de la joven, y el tribunal recordó que ya había abonado 39.000 euros en concepto de indemnización al niño, que hoy tiene ocho años, aunque ningún dinero puede reparar una pérdida así. 

El caso Carol Maltesi ha generado también una reflexión incómoda sobre cómo contamos estas historias. De un lado, una joven que había elegido trabajar en la industria adulta y que, por eso mismo, fue juzgada en titulares y sentencias con adjetivos que nunca se usarían para una víctima de otro sector; del otro, un vecino aparentemente respetable, empleado de banca, que construyó una doble vida entre la oficina y los rodajes, y al que parte del sistema estuvo cerca de ofrecerle incluso un camino acelerado de “reparación”. No es casualidad que juristas y académicos sigan usando el expediente Maltesi-Fontana como ejemplo de los riesgos de mezclar estereotipos de género con decisiones judiciales. 

Hoy, el nombre de Carol aparece en libros de investigación como Sulla tua pelle, en documentales italianos y en artículos que recuerdan a la “ragazza dei tatuaggi” no solo por la crudeza del crimen, sino por lo que revela de nuestra mirada colectiva. Detrás del alias Charlotte Angie había una hija, una madre, una vecina que quería mudarse para llevar a su niño al colegio cada mañana. En Rescaldina, el edificio donde vivió sigue siendo un lugar donde muchos evitan levantar la vista, como si el pasillo compartido con su vecino fuera, en sí mismo, un recordatorio de hasta qué punto el peligro puede esconderse justo al otro lado de la pared.

Porque, al final, el caso de Carol Maltesi no es solo la historia de un “crimen morboso” que hizo temblar a Italia; es la historia de una mujer que confió en alguien de su entorno y de un hombre que decidió que su deseo de rehacer su vida era una amenaza. Es también la advertencia de lo fácil que resulta convertir a una víctima en culpable cuando su vida no encaja con nuestros moldes. ¿Cuántas Carol más siguen hoy siendo juzgadas por lo que hacen frente a una cámara, mientras el verdadero peligro se disfraza de vecino atento, de amigo, de socio… y espera el momento perfecto para cruzar todas las líneas?

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