La madrugada del 13 de enero de 2022, Esther López de la Rosa, 35 años, se esfumó en Traspinedo, un pueblo vallisoletano rodeado de pinares y carreteras secundarias. Había salido a ver un partido de fútbol con amigos, como tantas otras noches. Veintitrés días después, el 5 de febrero, su cuerpo apareció en una cuneta junto a la VP-2303, muy cerca del pueblo. Desde entonces, el caso Esther López se ha convertido en una mezcla de dolor, sospechas y procedimientos judiciales que, a día de hoy, aún no han dado una respuesta definitiva sobre qué le pasó realmente a esa vecina que nunca llegó a casa.
Antes de ser un expediente, Esther era la chica de sonrisa amplia que se cruzaban todos en la plaza. Vivía con sus padres, trabajaba, se movía entre Traspinedo y Valladolid y tenía una vida social normal para una treintañera de un pueblo: bares, partidos, fiestas de verano, amigos de toda la vida. La noche del 12 de enero fue a ver el Real Madrid–Barcelona al bar La Maña con dos amigos, Raúl y Óscar. Nada en esas primeras horas hacía presagiar que esa sería la última vez que muchos la verían con vida.
Según el relato que maneja el juzgado, pasada la una de la madrugada los tres abandonaron el bar en el coche de Óscar S.M., un Volkswagen T-Roc. Primero dejaron a Raúl en casa y, a partir de ahí, Esther se quedó sola con él. Es en ese tramo cuando el relato se rompe: Óscar sostiene que la dejó en un cruce a la entrada del pueblo tras una discusión, y que ella decidió seguir andando por su cuenta. Las investigaciones, sin embargo, apuntan a que los teléfonos de ambos estuvieron después en la zona de la vivienda de él, algo que complica esa versión de la “dejada en la carretera”.
Cuando a la mañana siguiente Esther no apareció, la inquietud se convirtió en alarma. Sus padres denunciaron la desaparición y, en cuestión de horas, Traspinedo se llenó de uniformes verdes y chalecos reflectantes. La Guardia Civil activó a sus unidades especializadas, se organizaron batidas con más de 300 vecinos, perros de rastreo, helicópteros y drones. Se peinaron pinares, caminos, pozas y márgenes de carretera durante días. Cuatro grandes batidas oficiales acabaron sin rastro de la joven. El pueblo vivía en estado de vigilia permanente: nadie entendía cómo una chica podía desaparecer a escasos metros de su casa sin dejar pista alguna.
El 5 de febrero, un conductor avisó de algo extraño en una cuneta de la VP-2303: allí, boca abajo, en el fondo del talud, estaba Esther. Llevaba la misma ropa de aquella noche. A su alrededor, sus objetos personales, como si alguien hubiera querido que todo estuviera “en su sitio”. La posición del cuerpo ya hizo fruncir el ceño a más de un especialista: no era la postura típica de una caída fortuita. Aquella carretera se había recorrido una y otra vez en las batidas, sin que nadie la hubiera visto antes. La pregunta se instaló de inmediato: ¿había estado realmente ahí los 23 días, o alguien la había dejado allí cuando la búsqueda empezaba a agotarse?
La autopsia habló de un fuerte traumatismo en el abdomen que le provocó una hemorragia interna, compatible con un atropello, y de un final por shock hipovolémico, es decir, una pérdida masiva de sangre sostenida en el tiempo. No presentaba múltiples fracturas, lo que encajaba con un impacto de vehículo a baja velocidad o con cierto tipo de furgoneta, según apuntaron forenses consultados por los medios. Los informes también dejaron caer algo inquietante: si su cuerpo fue movido, habría sido en las horas cercanas a la muerte, no semanas después. Eso abriría dos opciones igual de duras: alguien la alcanzó con el coche y la dejó sin pedir ayuda… o la golpeó en un lugar y la trasladó a otro.
Con el tiempo, análisis más finos del estado del cuerpo añadieron otra capa de misterio. El médico forense José Luis Curiel explicó que presentaba las llamadas “manos de lavandera” —piel arrugada por humedad prolongada— y hongos muy específicos que suelen aparecer en entornos muy húmedos. Para él, era “lógico pensar” que el cuerpo hubiera estado antes en otro sitio distinto a la cuneta, quizá un arroyo, un charco, una piscina o un lugar similar, antes de ser colocado allí en una posición “antinatural” junto a sus pertenencias.
Mientras tanto, la investigación fue estrechando el círculo sobre un nombre: Óscar S.M., amigo de Esther y la última persona que, según las diligencias, estuvo con ella aquella madrugada. Los registros telefónicos situaban el móvil de la joven en la zona de la casa de Óscar tras salir del bar, y su conducta los días posteriores —cambios de versión, silencios, movimientos del coche— fue elevando el nivel de sospecha. A partir de la primavera de 2022, su vivienda y su vehículo se convirtieron en el centro de registro de la Guardia Civil.
El Volkswagen T-Roc viajó incluso a Alemania para ser analizado en la propia marca: se confirmaron manipulaciones en el equipo de navegación y borrados de datos de trayecto que no cuadraban con un uso normal del coche. En el maletero, un informe inicial habló de rastros de ADN de Esther, del propio Óscar y de una tercera persona, una mezcla en un lugar “poco habitual” para restos biológicos de tres individuos. Más tarde, otro análisis rebajó el impacto de una de las manchas al descartar que fuera sangre de la joven, y la defensa se aferró a ese punto para hablar de una investigación “dirigida” contra su cliente.
Con todo ello, la Guardia Civil fue armando una tesis que, a día de hoy, sostiene la acusación: aquella noche, tras una discusión, Esther habría sido alcanzada por el coche de Óscar; él no habría avisado a emergencias, la habría dejado sin auxilio y, ya sin vida, habría ocultado su cuerpo durante días en un lugar húmedo antes de colocarlo en la cuneta para simular un accidente o una caída. La defensa, por el contrario, insiste en que no hay pruebas concluyentes: cuestiona los informes periciales, aporta un estudio privado (laboratorio MOBIOS) que discute la compatibilidad entre el vehículo y las lesiones, y denuncia que su cliente lleva casi cuatro años bajo sospecha mediática sin una evidencia que, a su juicio, lo coloque de forma directa en la escena.
El camino judicial ha sido lento y lleno de giros. En 2022 y 2023, Óscar pasó de investigado bajo medidas muy estrictas a quedar en libertad con cautelares: obligación de firmar semanalmente en el juzgado y prohibición de salir de España. La instrucción fue prorrogándose mientras se incorporaban informes forenses, peritajes de tráfico, estudios de geolocalización y análisis de telefonía. En octubre de 2024, tras más de dos años y medio de sumario, la jueza del Juzgado de Instrucción nº 5 de Valladolid dictó un auto de imputación formal contra él por la muerte de Esther, abriéndole la puerta a un futuro juicio.
El gran salto se ha producido en este final de 2025. Tras una audiencia preliminar en la que Fiscalía y acusaciones particulares pidieron llevar el caso ante un jurado popular y la defensa reclamó el archivo, la jueza ha rechazado cerrar la causa y ha dictado auto de apertura de juicio oral. Óscar S.M. será juzgado en 2026 por un jurado en la Audiencia Provincial de Valladolid, acusado de asesinato —alternativamente homicidio—, detención ilegal, un delito contra la integridad moral y omisión del deber de socorro. La Fiscalía pide 18 años de prisión; la familia de Esther, a través de dos acusaciones particulares, eleva la petición hasta 39 y 33 años de cárcel, además de una fianza civil de 230.000 euros. Él mantiene su inocencia y su defensa insiste en la falta de pruebas directas.
Mientras los plazos judiciales se mueven, el tiempo emocional se ha quedado detenido en Traspinedo. Cada 13 de enero, el pueblo vuelve a concentrarse con velas y pancartas que repiten la misma palabra: “Justicia”. La familia de Esther, sus amigos y sus primas —muy activas en medios y redes— han convertido su nombre en un símbolo contra la impunidad: recuerdan que detrás del caso hay una mujer que salió a ver un partido y nunca regresó; una vecina que estuvo 23 días desaparecida mientras todos la buscaban, quizá sin saber que su cuerpo estaba en otro lugar esperando ser movido.
El caso Esther López llega así a la antesala del juicio con un rompecabezas doloroso: una noche de invierno, una carretera secundaria, un cuerpo que parece haber estado en más de un escenario, un coche bajo sospecha y un acusado que niega haberle hecho daño. Será un jurado popular quien, en 2026, tenga que valorar si los indicios bastan para escribir por fin una verdad judicial. Pero, más allá de lo que se decida en sala, quedan preguntas que siguen helando la sangre: ¿dónde estuvo realmente Esther durante esos 23 días? ¿Quién la dejó en la cuneta, y por qué nadie llamó al 112 cuando aún había tiempo de salvarla? ¿Cuántas Esthers más se esconden en carreteras secundarias, entre pinares y cunetas, mientras sus pueblos siguen encendiendo velas y esperando que, algún día, la justicia no tarde tanto en encontrar el camino?
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